Adán aún tosía polvo en el pos de su creación. Envuelto en un mundo de armonías en el que él era el dador de los nombres a las especies que ahí habitaban; los ángeles se habían hincado a su beldad existencia. Desnudo se envestía de gloria y poder abrazándose a la voluntad de su padre, esa presencia omnipresente que con su aliento encendió la chispa de la vida.
Bautizó a su hermano entorno como el Edén, recorriéndolo sin sentir dolor en las plantas de los píes. Descansaba en el vientre de alguna leona y ésta se jactaba de limpiar la piel más perfecta del paraíso. Caminaba moviendo sus manos de inigualable anatomía bípeda notando su parecido con los simios, pero regocijándose a su vez de su exclusivo diseño. Bebía agua de la trompa de los caimanes, los peces le cosquilleaban mientras nadaba sumergido por largos instantes en los ríos, espejos del cielo del jardín de las maravillas.
Sin embargo, encajado en la paz del espacio Adán pidió al hacedor la compañía de una hembra de su tipo, sintiendo cierta incomplacencia al copular con todas las hembras ajenas su anatomía que aún perfectas no alcanzaban el punto de guiso de éste. Complacido nació Lilith, hembra de sedimentos y excrementos soplada por la segunda chispa de vida. Criatura negada a reproducirse sin sentir el placer de las caricias, sin dejar de morder y besar espacios que el insípido hombre no podía comprender llevándola al exilio.
Con la llegada de Eva la ausencia de la anterior mujer invitó a un casi inminente olvido. Su nueva compañera valió una costilla que sirvió para hablar de la unión y el destino en potencia que estos seres perfectos cargaban sobre sus inmortales estampas. Él amaba a su nueva acompañante; ella curiosa recorría las esquinas del Edén clara en las instrucciones sobre su dieta alimenticia.
El semejante a Dios, se vio fatigado por un instante. Su cabeza yacía vacía, la voz que la llenaba de pronto dejó de sonar. Sintió un pesado sueño y respondiendo a su cuerpo cerró los párpados bajo frondoso árbol abrigado por una sombra reconfortante, el jardín continuaba con los silencios flacos de la vida; un concierto placentero de relajación. Las gallinas espantaban cualquier insecto que lo pudiese perturbar y se convertía en puro arte inicial complaciendo las vistas de las criaturas morfológicamente diferentes.
Algunas imágenes se comenzaban a crear con los ojos cerrados, se miraba a él vestido con pieles sobre su piel. A Eva aquejada con el vientre abultado y las manos llenas de sangre (así llamo al líquido rojo que salía de sus manos), envejecida y desesperada comiendo de los cosquilleantes peces inertes en el piso. El mundo pintado en un parduzco y caluroso desespero, con los hombros ardidos y la boca hecha agua al ver comer a su mujer. El olor a muerte fatigaba su impuro ahora desvirgado sentido del olfato; avistó a uno como él tirado en la tierra cubierto de moscas y cóndores hediondos arrancando trozos de carnes del dormido joven.
Sobre una piedra caminaban criaturas que sentía parte de sus ancestros, una cadena de simios que encorvándose iban enderezando su columna quedando de a poco lampiños. Látigos de hombres contra hombres, sacrificios levantados al cielo humeando, muertes por enfermedades, animales dóciles llenos de furia y hambre, miedo, inestabilidad, el poder como la ambrosía, la realidad disuelta en bienes, males, verdades y mentiras. Los daños causados en la creatividad y la manipulación usando impresiones extrañas sobre piedras y materia sacada de los árboles. Dios enviando a morir a otra extirpe directa de su linaje como sacrificio de mejoría, el dolor del parto, animales venenosos. Inmensas criaturas salvajes de filosos dientes habitando un paraíso lleno de miedo, criaturas como él vestidas de materia extraña alterando los espacios antes verdosos. Adán sintió un fuerte dolor en el brazo izquierdo, angustia que aceleraba las palpitaciones del corazón, sus perfectos pero llagosos pies flaquearon y su vista se tornó cada vez más oscura.
Él, despertó sin mayor sobresalto, pensativo y bien peinado, buscando la voz que en su cabeza habitaba, pero el silencio seguía acentuado y sin ecos. Corrió buscando a Eva en todos lados, hasta que al fin la encontró de espaldas a él, con su hermoso cabello descansando sus torneadas nalgas. Se acercó caminando tranquilamente, rascando su cabeza y sonriendo de medio lado. Notó que ella no hablaba sola frente al árbol del que fue prohibida la ingesta de su fruto, mirando fijamente a una criatura desconocida por él, enrollada en una rama delgada alcanzando el fruto del pecado original.
Autor: Carlos Arturo
1 comentario:
Estamos escatológicos en estos últimos relatos, amigo mío. Si Adan soñó todo el mal que se nos avecinaba ¿por qué no advirtió del peligro? ¡ay Adan que pobre indeciso!
magníficos tus relatos querido Carlos :)
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