Esta publicación fue escrita en el 2003, cuando la existencia se me hacía aún más complicada entre hormonas desatadas, intensidades y el constante redescubrimiento del yo y de los demás. Cuando por inocencia culpaba al corazón de todos los actos. Para celebrar mi entrada número 100, se las dejo:
Se habían cumplido tres días desde que se fue en su animal mecánico en busca de ilusiones y sueños inalcanzables. Se fue y me convenció con baratijas psicológicas que su voz solo susurraban en mi oído; guardó en sus bolsillos falsas sonrisas preparadas con ingredientes místicos para cualquier ocasión, llevaba en las maletas historias sorprendentes y conmovedoras; la hipocresía es un tumor que expulsa infección por sus poros y esa esencia apesta, solo es un retrato mal montado.
Un teatro, eres... seres fraudulentos en un mundo donde eres tú lo mejor; la vida a ti no se te acaba ahí donde la muerte es un laberinto pasional. Sueños que generan alimento a tu ego.
Sus ojos estaban llenos de avaricia, ese aliento de ambiciones, sus oídos solo escuchan lo que el dinero canta. En sus ojos solo ven el grito de mil almas con las que se identifica. Su boca, habla cosas que le interesan. Un cuerpo a molde del egoísmo, entre pecados como zapatos llenos de barro.
El mundo para ti es lo que nunca podrás comprar y eso hace que hiervan tus neuronas. En tus delirios no hay llantos que no sean fingidos, y yo, aquí ahogándome en un mar de lágrimas saladas por vos, por ese corazón de piedra.
Autor: Carlos Arturo