Nuestro destino es el olvido.
No pienso en la piedra,
en el metal,
en la madera
o en el papel para grabarte.
Estás en el baúl de la sobriedad,
en lo más oscuro
debajo de las prioridades,
del deber ser
en el cofre de la prudencia
donde tu nombre felino palidece en cautiverio,
resguardado de la impresión ajena
entre los pliegues del pudor
como una grosería
como el presagio de la ignominia.
Modosa adoración sin pecado concebida
cortina de ventanales.
Es la soberbia un paliativo.
Cada referencia de ti ha sido saliva tragada
silencio
lo intangible.
Lo nuestro
perdón, lo mío, para ti es el olvido.
desistir ser oda
entender los espacios ajenos.
Calcificar ese anhelo de Deví,
anular distorsiones corporales para las cabidas.
Ver los telares negros y al contrario de Egeo, seguir con vida.
Esta procesión se lleva por dentro
para nunca dar fe de ti en mí,
para no irrespetar,
para no alborotar anatemas,
para no tener que borrar,
para ser aséptico de la boca para afuera.
Carlos Arturo
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