lunes, 8 de mayo de 2017

Los ojos cerrados

     Hoy llegué tarde en casa para la hora del almuerzo. El trabajo exige, en ocasiones, posponer las horas acostumbradas para comer en la mesa junto a la familia, tocó.


       Llegué a las 2:12 p.m., mi cuñada me trajo, ella se quedó en el ordenador haciendo unas transferencias mientras yo comía con una hambruna exacerbada, como Eresictón albergando en las entrañas al calamitoso Limos. Mordí, mastiqué y tragué con desespero (Les hablaría de mi relación con el hambre, pero es otro cuento, que en resumen, luego de mi madre es la relación más larga e inevitable que he tenido). Me dio nauseas, quizá fue la auyama... tal vez, la animalidad de comer con tanto apuro.

       El caso, es que, me fui un rato a descansar, a acostarme; miré Twitter y leí la conmovedora historia de un hijo viviendo la ausencia definitiva de su madre, quien hace dos años el cáncer la dejaba sin vida. Comenté la publicación, puse a cargar el móvil y me enguruñé* en posición fetal, a lo ancho de la cama, con la mano derecha abrazando la espalda y la izquierda sosteniéndome la boca. Intenté dormir, cerré los ojos, pero dormir es algo que a mis 29 años no logro domesticar, así que sólo me quedé así, consciente, atento a cualquier ruido. En cuestión de minutos sonó la puerta, seguido por los pasos familiares de mi madre, sentí que colocó algo encima de mí para cobijarme del frío, como tenia puesto el uniforme (camisa manga larga, pantalón y zapatos) solo sentí la tibieza de la tela sobre el cuerpo. Sonreí por dentro, volví a ser niño otra vez, protegido por mi ascendencia.


      Un cuarto para las 3:00 p.m., la alarma sonó. Nunca dormí a profundidad, pero tampoco puedo decir que estuve despierto. Abrí un poco los ojos, la vista abrumada por el espesor de las pestañas y en adaptación de la luz dieron fe de que descansé lo suficiente. Cuando quise tocar la colcha, me di cuenta que no era tal cosa, sino, una toalla, la misma que había dejado mal puesta en la mañana, y que mami me dijo antes de irme al trabajo: "Si no recoges tu desastre te lo echo encima".


      Esta vez no fue el amor quien dio cobijo, sino el desastre. Eso sí, el instinto maternal lo hubo, y aunque fuera un castigo, se sintió bonito.

1 comentario:

Gaia dijo...

Hola querido amigo, qué grata alegría me he llevado al volver a ver que nuevamente escribes en tu blog. Como siempre, me encantan tu escritos, éste con la sencillez del día a día, de historias cotidianas que no por ellos menos importantes.

Un fuerte abrazo.

Por cierto, yo también de nuevo abrí Gaia :)

http://gaiaintheair.blogspot.com.es/

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Gracias Verónica por tomarme en cuenta :-) Feliz semana de la amistad a todos