jueves, 10 de marzo de 2011

La bruja del viento



-¡La mujer tiene la magia del diablo, muerte a la hereje!- gritaban los pueblerinos  en coreografía y coros perturbadores; las voces en un casi perfecto compás rebotaban en las esquinas vacías, en los muros montañosos, en el viento que las arrastraba. Los gritos nacían en el mundo apretado de Villa Trinidad aún sin fronteras establecidas, el asentamiento llevaba años instaurado  y en continua evolución arquitectónica;  No man’s land y de un todo, es el resumen histórico de un lugar zurcido a bases de memorias encadenadas y a la vez de divergentes interpretaciones.

Ella paliducha por el miedo se encontraba encaramada en un árbol, su cuerpo era muy delgado, de piel “raza” indefinida, con cabellos enredados y ondulantes y sus ojos… eran indescriptibles en toda la extensión. Sí, sus ojos, eran de gata, de caballo, de perro, de pescado, de humanos y de mariposas nunca se supo cual color era su color de iris, ni si quiera la forma de sus pupilas. Era una extraña reacción a cada sentir que se le manifestaba, incluso puedo asegurar que hasta color violetas se les llego a conocer. A pesar de su escueta contextura y de su piojoso cuerpo, logró llegar hasta casi la sima, en un arranque de fuerza y agilidad seguido por sus manos mugres. Desde arriba gritaba con su voz salvaje que ella no era hechicera, que no era lo que ellos gritaban. No obstante, fueron hechos extraños lo que la hundían sobre el veredicto de aquellos humanos de dientes cariados, llagosas manos y olores distintos.

Durante los días que estuvo encaramada en su fortaleza de hojas y madera no pudo dormir. Justo al segundo día de persecución ella comenzó de nuevo a gritar con sus ojos enfurecidamente rojos, vociferó hasta arderle la garganta y maltratar sus cuerdas vocales; en planta baja las mujeres rezaban sin detenerse y fue cuando ella pegó un agudo aullido de indignaciones, miedos, rabias y tristezas. El cielo se nubló y comenzaron a caer unas gotas de lluvia acompañadas por una fuerte ráfaga de viento. Las mujeres que rezaban espantadas corrieron, pero los hombres con el miedo acumulados en sus manzanas de Adán se quedaron inmutados en su lugar. Ahí, donde bloqueaban el paso para la libertad de la chica.  Hasta que finalmente el hambre, la sed, el sueño, el cansancio, la angustia y la rendición terminaron de arrojarla con violencia a esa horda de indoctos y miedosos seres.

Nadie quería tocarla y mucho menos cargarla, ella arrastraba la maldición y los demonios en un frágil cuerpo golpeado y hambriento. Hasta que alguien gritó: “La magia sale de sus ojos que son ofrendas al infierno, los tiene cerrados”. Mientras que el viento soplaba apacigüe.

Despertó más sedienta, con dolores y calambres, sin poderse limpiar la cara y con un agudo malestar en su cabeza. Sintió que su cabello no estaba reposando en sus hombros, abrió los ojos y todo estaba oscuro como abismos de luces descompuestas, como la oscuridad sin alguna fisura.  Le ardían los párpados, sentía dos huecos en vez de ojos, inspiraba el olor a sangre y predecía su muerte. No supo como llorar con dos abismos para su sola oscuridad. Escuchó las voces que entre insultos daban la novedad de que sus ojos ya no eran suyos, palpó sobre su anatomía las piedras que le arrojaban continuamente, y aquella humedad no era lluvia, era un aguacero de escupitajos.

Se sostuvo sobre lo que le quedaba de fortalezas entre la tembladera de sus piernas y su cercana muerte craquelada por ansias ajenas. Hasta que su resignación terminó por quitarle la estabilidad, quedando como un saco colgando de sus manos atadas a cuerdas. Mientras sus labios agrietados y el poco intento de hablar pedían agua como deseo último.

Nadie le temía a ese cuerpo en decadencia, en caos y en destrucción, fue arrastrada hasta su lugar de sacrificio, el ritual del “bien” para el “bien común”, una fiesta para la incineración, unas carcajadas y unos cuantos orgasmos para la muerte. De nuevo fue atada sobre una inmensa estaca de madera, justo en el momento que la gente se peleaba por tener los primeros lugares del espectáculo.  Los pies de la joven sintieron paja seca sobre la planta y entre los dedos en el momento que sus oídos escuchaban los gritos condenadores.

El fuego fue puesto sobre la paja y el calor en ascenso fue acercándose a sus píes. Un remolino de arena dejó ciego algunos y el humo dificultó la vista de los demás y entre ese adjunto de desordenes se escuchó el cantar de unos pájaros que en grupo volaban hacia el norte. Los hombres y mujeres paranoicos y aterrados  corrieron a encerrarse mientras la hoguera seguía encendida. Llovió lo suficiente como para menguar el fuego; los pueblerinos encerrados gritaban que la bruja escapó transformándose en muchas aves, pero ella yacía descarnada, chamuscada y “purificada” sobre las cenizas de la paja y el charco de la lluvia formado allí. 

Autor: Carlos Arturo

6 comentarios:

Mariluz GH dijo...

Que terrible relato tan bien narrado, mi querido amigo.

La incultura de la gente hace cometer verdaderas aberraciones contra sus semejantes. El miedo a lo desconocido nos convierte en monstruos desalmados (en toda la amplitud de la palabra).

Te felicito por el ritmo y la trama

Dos abrazos y dos besos :)

ELILUC dijo...

Wow!!!! que relato bueno!!!!!
un abrazo

Luis Arturo Cerón dijo...

No dejas de sorprenderme, un relato genial qu te traslada al lugar y hasta sientes ese olor a sangre.

Felicitaciones maestro

SILVIA dijo...

¿Y porqué nos empeñamos en ver peligroso lo que tan sólo es diferente?
Genial relato amigo mío.
Un fuerte abrazo!!!

Maya dijo...

Que BUena historia, es excelente como la cuentas (como siempre ;))... la lástima es que los seres humanos seguimos comportandonos asi. No hemos aprendido nada.
Beso grande CAco!

Anónimo dijo...

bello espacio lleno de tanta maravilla.

regresare para leer mas

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Gracias Verónica por tomarme en cuenta :-) Feliz semana de la amistad a todos