
El tiempo se deslizó en mi gesto, imaginándote a ratos cortos que se fueron prolongando. Sonrisas involuntarias pintaban en mis labios esa palabra que no mencionaba, porque mis ojos la gritaban en silencios y en ruidos.
Y mi vida hizo chispa, mientras que los colores vivían en mis trazos. Aquellos miedos se agudizaron, pero, poco me importaba soltarlos y escupirlos de mi existencia.
Vigilias nocturnas pensando, y las diurnas hipnotizado, me hacían entender que a veces lo normal se puede volver abstracto.
Mis preguntas tenían respuestas mucho antes de haberlas formulado, pero era mejor tragármelas para no dejar de creer en esa hermosa magia.
Comencé a navegar sobre nubes que jamás pudieron sobrellevar mi peso, el de aquellos recuerdos y el de mis sentimientos… ese sobrepeso era el helio que me permitía volar a mi antojo.
El viento olía a esperanza, y el silencio era la introducción a tu pensamiento.
Nunca olvidaré esos días en que tus ojos de pigmento terracota me miraron. Cuando sonreías a la vidorria y reprochabas tus sentires. En la vida dejaré entre renglones tus estructuras de hierro que otros rompieron como el vidrio.
Esos días muertos para ti, siguen en mí como rememoraciones especiales.
Para entonces sólo ayer queda de los días de escuela, de mi timidez, de mis escritos perdidos que hablaban de ti, de tu vida y la mía. Quedan los recuerdos y estos párrafos de esa memoria que he desempolvado.
Hoy, esa sonrisa es patrocinada por aparatos correctivos, mientras mi sonrisa sigue siendo la misma. Tú felicidad hizo metamorfosis, y la mía ya no es tu existencia. Se evaporó la arena de ese viejo reloj y nuestro tiempo expiró.
Me enamoré del amor, y tú de las bajas pasiones. Mi cabeza rompió ideologías y la tuya se infló de peculio. No dije te quiero, sin embargo, jamás lo esperaste. Lamentablemente, somos desconocidos con un pasado en común.