lunes, 27 de febrero de 2012

Café recalentado




  Con la alborada la casa se inunda de un fuerte olor proveniente del café hirviendo. El amén de la rutina hace ya unas décadas, sin embargo, a veces no hay con qué endulzarlo, mas al viejo Gabriel nunca le falta la cafeína en el organismo. De entrada a su despoblado hogar hay una fotografía sepia en un portarretrato de marco metálico, es de los pocos recuerdos tangentes de su juventud… años en los que el amargo café cerrero casi es un equivalente de sus experiencias en la guerra, en ocasiones éstas se tornan ferrosas al paladar de la psiquis.

   Hace algún tiempo prepara poción milagrosa suficiente para visitas, que recalienta al momento de enfriarse por el abandono en el viento de un espacio armado de relaciones antagónicas producto de sus “yo” conviviendo en el lugar. Lo echa en las respectivas tazas de cristal compradas en supermercados. Con los dolores seniles del cuerpo y de la conciencia, siempre de bóxers holgados sin erecciones que los estiren se acerca a mirar por la ventana medio abriendo la persiana. Desde el otro lado se pueden avistar sus ojos taciturnos, esos que cansados son bordeados  por  unas patas de gallos incrustadas en esa piel animal zurcida hace ochenta y tantos ciclos absortos y reflexivos.  Los hilos se han ido soltando en el pecho, destiñendo lo negro con el platinado de los individuos clasificados en la tercera edad.

   Solo, es Gabriel viviendo con sus cicatrices dérmicas y existenciales, luchando contra la pérdida de sus sentidos y la ganancia de los años que cada vez más se asientan en la joroba que presiona la voluntad con la desidia. Es él, rendido ante sus recuerdos con martillos que clavan estacas en sus manos, cráneo, pecho y días con un ya no importa que al final de la jornada diaria es material significativo para no conciliar contrato con Morfeo.

   Lo primero que se asoma por la puerta del cuarto en las mañanas es la panza del viejo, que camina como si el piso tuviese vidrios rotos, con la cara casi dibujando espectros de expresiones vulgares que comúnmente termina tragándose. Y aunque vive solo pretende convivencia con el vacío y la ausencia de otros individuos en el hogar. El café es su desayuno; lo prepara en la arcaica olla apachurrada, dejando hervir el agua para posteriormente agregar tres cucharas colmadas de café molido con los fantasmas de la noche anterior, revolviendo para acelerar la disolución  y dejando que la humareda débil deje rastros marcados en el olfato de nadie.

   Sobre la mesa para seis pone en el centro su termo de café, con dos pocillos servidos con el amarronado líquido hasta la mitad de éstos, dejándolos reposar un poco mientras se viste para tapar todos los descosidos y remendados de sus años. Ingiriendo cafeína va anestesiando algunas ansiedades, soplando y sorbiendo con paciencia la pócima de las maravillas, a la par que la otra ración se enfría sin boca que la consuma.

   Gabriel constantemente recalienta el café vertido en la taza hasta el otro día que lo bota por el desagüe, sirviendo como de costumbre una nueva preparación fresca. Él paciente espera por ella sin mucho trapo elegante. Sabe que pronto vendrán en su búsqueda, aguardando con la esperanza renovada. Educado y afectado por la incidencia de la soledad a toda visita procura hacer sentir una bienvenida calurosa, más si es su invitada especial con confirmación desde entonces. La mira como a una dama con vestido negro, embelleciendo a la intangible  muerte, ella sin pudor llegará sin tocar puertas ni anuncios previos; el viejo hace bastante anhela el turno para su llegada, con el afán de filosofar con ella sobre la existencia, el mito y las verdades, sobre su retraso inoportuno y su molestia por tanta ingratitud.


   No obstante, la muerte es una sanguijuela que chupa vida, una entidad acomodada entre ambigüedades con crédito infinito a la imaginación. Poco le interesa lo que haga el hombre para agradarle, mucho menos sus reproches. Sorda, afónica, ciega y amputada de entendimiento obedece a sus instintos básicos de absorber los delirios y la vida, a la sazón que Gabriel la reconstruye y la consiente con lo mejor que sabe hacer, café que además siempre está caliente.



Autor: Carlos Arturo

lunes, 20 de febrero de 2012

Cartografiando esencias



A Kathe...
Al norte del occidente se broncea su piel,
especie fémina bronceada por incertidumbres en alturas
cuyo entorno xerófilo zurce sombras en sus pies.
Espacio-tiempo su escenario para actuar la vida.

Dinámicas largas y encorvadas como sus pestañas,
en el río que fluye temporalmente entre diástoles y sístoles.
Las murallas difuminan su infinito de Dalí a calibre y lienzos
dentro de la cosmogonía cultural inquieta que le tocó reproducir.    

Hay misterios prietos al estilo de sus ojos,
que por detrás acarician sus verdades y mentiras;
córneas que aprenden a mirar lo intangible
cual viento cargado de gamas coloridas.

Sus caderas se contornean a un cercano éxito,
en la dinamita propicia de su ser.
Muchos buscan sus lagunas filosóficas,
ella se baña en los rumores y preconceptos.
Nociones de las otras miradas;
Lunas infladas de sus melancolías
Que recicladas... pronto serán girasoles
entre sus dientes desnudos.

Autor: Carlos Arturo

jueves, 9 de febrero de 2012

Eva la milenaria


    
    Eva vestida de blanco siempre está lista para relatar su historia luego del exilio del huerto del Edén. Su aspecto es el de una mujer cuarentona, bastante maltratada por los años, con el cabello despeinado, la piel manchada y llena de cicatrices – ¿Quién me regala un cigarro?- pregunta, con voz quebrada y ronca, mientras que con sus dedos peina a los lados el pelo que se posa en su cara.

   En tono altanero aclara que su edad no la sabe; prefiere llamarse la dama milenaria reaccionando al instante con una sonrisa disimulada. Sus uñas están largas, con ellas se empeña en quitarse una costra en la rodilla mientras espera todas las interrogantes de cómo han sido sus días en todos los años que ha vagado por el mundo; observando las manos aspira un gran sorbo de oxígeno simulando cansancio disponiéndose a contar eso de vivir, morir y existir tantas veces.

     -Lo peor de vivir es no poder morir; sentir las enfermedades, la agonía, la tortura de todos esos malditos que en algún momento me condenaron. Estoy cansada de perecer y revivir. Cuando el altísimo pensó en un castigo supo que en mi condición ese sería el mejor- cuenta Eva con ojos sollozos y voz entristecida.

     Cuando Caín mató a Abel, no supo cómo reaccionar ante el influjo de nuevas emociones que se abalanzaban en contra. Su primer enfrentamiento con la muerte la sumió en un estado que la llevó a la enfermedad. Se golpeaba a sí misma ahogada en una frustración que la hacía sentir apretada en su interior, angustias que no sabía definir para entonces. Su cabeza estaba vacía del Hacedor, solo era la voz de su interior que ignorante como ella le daba la voluntad de reaccionar como primero viniera en mente -¿Sentido común; Qué mierda significaba eso en mis tiempos? No se tenía noción de tantas descripciones que hoy hay de las emociones. Saber lo real actualmente, es igual a dejarse seducir y morder el fruto prohibido. Solo que las cosas cambian, la serpiente actualmente es eso que ahora se le dice ego -.

     Intentó mil formas de morir y en todas se sentía aún más vacía que la anterior. Sus espectros mentales ahora suplían ausencias de las órdenes cándidas de su creador, junto a un Adán vanidoso que le molestaba tener que compartirla con sus hijos. La reproducción siempre fue un reto; dar a luz nunca dolió tanto como la muerte de Abel, siendo los dolores diferentes pero comparables en magnitudes. Cansada del alumbramiento recorrió la tierra entre el Tigris y el Éufrates, aunque ella accedió al conocimiento del dualismo, nunca entendió por qué de ser ellos los únicos habían más criaturas con su mismo diseño.

     Ella necesitaba una señal de algún lado, hundida en un  nihilismo abstracto que le despertaba curiosidades y desesperación. Tantos soles y lunas habían recorrido eso que se avistaba al mirar arriba. Gritaba a ese que los volvió carne, verbo y vida, con un halo de pestilencia y mugre que las aguas no diluían. En el sol sintió que estaban sus respuestas, las flores se alegraban de su llegada, el firmamento le dedicaba bellezas a su imponente aparición; Eva se declaró hija del astro solar, renaciendo del barro y el limo acumulado a orillas de los ríos gemelos.

    En los años de soledad y de nuevo renacer, ignoraba el sistema de símbolos que se escribían sobre arcilla; pintaba sobre arena lo que el viento y los pasos borraban. Era adorada como Nin-ti por los hombres sumerios que comenzaron a entablar la sociedad que implicaciones ha tenido en la actualidad. Como “diosa” habitaba en las más esplendorosas construcciones de los hombres con los cuales copuló.  Mató a todas sus hijas hembras sintiendo a retazos inmensos aquello que en siglos anteriores experimentó por su bebé. Su pequeño Abel. Imaginaba que serían como ella; desdichada criatura atascada en la Tierra, pisando la arena, pudriéndose y arrepintiéndose de aquella tontería que cometió en el paraíso.

    Con la llegada de los dragones de las montañas fue violada y desmembrada, mujer sin resistencia a la muerte, resignada a perderse en los misterios al otro lado de la vida.  Inútil intento doloroso que terminaba reviviendo en otro cuerpo con la frustración de no querer hacerlo más. La piedra filosa, las flechas, el filo del hierro atravesando sus carnes es lo que actualmente más recuerda. Describiendo a detalles cada muerte y resucitación en otras carnes.

     Eva fue la loba que amantó a los reyes de un gran imperio del que ella fue súbdita, también yació consumida entre volcanes pompeyanos. Fue la bruja inmortal a la que quemaron, retomando una forma diferente en un cuerpo recién abandonado. La hereje incrédula de la palabra manipulada de Dios. La plebe de dientes cariados moribunda por la peste, la colonizadora del paraíso de un occidente diferente al suyo. Fue la puta estriada asesinada despiadadamente por Jack el destripador; la esquizofrénica, la loca y la de miles de nombres.

    Hoy cuenta su historia sedada y con la vista gacha. Su nombre de nacimiento es Evelinda López, internada hace 13 años por el asesinato de su hija recién nacida. Siempre culmina su relato en una lengua ajena al castellano con la que se desenvuelve naturalmente. Se niega a hablar de Adán y de Caín, y asume que de todos los dioses que ha conocido prefiere a los inventados por ella. 

Autor: Carlos Arturo

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Gracias Verónica por tomarme en cuenta :-) Feliz semana de la amistad a todos