martes, 31 de enero de 2012

El violento paraíso de Adán



Adán aún tosía polvo en el pos de su creación. Envuelto en un mundo de armonías en el que él era el dador de los nombres a las especies que ahí habitaban; los ángeles se habían hincado a su beldad existencia. Desnudo se envestía de gloria y poder  abrazándose a la voluntad de su padre, esa presencia omnipresente que con su aliento encendió la chispa de la vida.

Bautizó a su hermano entorno como el Edén, recorriéndolo sin sentir dolor en las plantas de los píes. Descansaba en el vientre de alguna leona y ésta se jactaba de limpiar la piel más perfecta del paraíso. Caminaba moviendo sus manos de inigualable anatomía bípeda notando su parecido con los simios, pero regocijándose a su vez de su exclusivo diseño. Bebía agua de la trompa de los caimanes, los peces le cosquilleaban mientras nadaba sumergido por largos instantes en los ríos, espejos del cielo del jardín de las maravillas.

Sin embargo, encajado en la paz del espacio Adán pidió al hacedor la compañía de una hembra de su tipo, sintiendo cierta incomplacencia al copular con todas las hembras ajenas su anatomía que aún perfectas no alcanzaban el punto de guiso de éste. Complacido nació Lilith, hembra de sedimentos y excrementos soplada por la segunda chispa de vida. Criatura negada a reproducirse sin sentir el placer de las caricias, sin dejar de morder y besar espacios que el insípido hombre no podía comprender llevándola al exilio.

Con la llegada de Eva la ausencia de la anterior mujer invitó a un casi inminente olvido. Su nueva compañera valió una costilla que sirvió para hablar de la unión y el destino en potencia que estos seres perfectos cargaban sobre sus inmortales estampas. Él amaba a su nueva acompañante; ella curiosa recorría las esquinas del Edén clara en las instrucciones sobre su dieta alimenticia.

El semejante a Dios, se vio fatigado por un instante. Su cabeza yacía vacía, la voz que la llenaba de pronto dejó de sonar. Sintió un pesado sueño y respondiendo a su cuerpo cerró los párpados bajo frondoso árbol abrigado por una sombra reconfortante, el jardín continuaba con los silencios flacos de la vida; un concierto placentero de relajación. Las gallinas espantaban cualquier insecto que lo pudiese perturbar y se convertía en puro arte inicial complaciendo las vistas de las criaturas morfológicamente diferentes.

Algunas imágenes se comenzaban a crear con los ojos cerrados, se miraba a él vestido con pieles sobre su piel. A Eva aquejada con el vientre abultado y las manos llenas de sangre (así llamo al líquido rojo que salía de sus manos), envejecida y desesperada comiendo de los cosquilleantes peces inertes en el piso. El mundo pintado en un parduzco y caluroso desespero, con los hombros ardidos y la boca hecha agua al ver comer a su mujer. El olor a muerte fatigaba su impuro ahora desvirgado sentido del olfato;  avistó a uno como él tirado en la tierra cubierto de moscas y cóndores hediondos arrancando trozos de carnes del dormido joven.

Sobre una piedra caminaban criaturas que sentía parte de sus ancestros, una cadena de simios que encorvándose iban enderezando su columna quedando de a poco lampiños. Látigos de hombres contra hombres, sacrificios levantados al cielo humeando, muertes por enfermedades, animales dóciles llenos de furia y hambre, miedo, inestabilidad, el poder como la ambrosía, la realidad disuelta en bienes, males, verdades y mentiras. Los daños causados en la creatividad y la manipulación usando impresiones extrañas sobre piedras y materia sacada de los árboles. Dios enviando a morir a otra extirpe directa de su linaje como sacrificio de mejoría, el dolor del parto, animales venenosos. Inmensas criaturas salvajes de filosos dientes habitando un paraíso lleno de miedo, criaturas como él vestidas de materia extraña alterando los espacios antes verdosos. Adán sintió un fuerte dolor en el brazo izquierdo, angustia que aceleraba las palpitaciones del corazón, sus perfectos pero llagosos pies flaquearon y su vista se tornó cada vez más oscura.

Él, despertó sin mayor sobresalto, pensativo y bien peinado, buscando la voz que en su cabeza habitaba, pero el silencio seguía acentuado y sin ecos. Corrió buscando a Eva en todos lados, hasta que al fin la encontró de espaldas a él, con su hermoso cabello descansando sus torneadas nalgas. Se acercó caminando tranquilamente, rascando su cabeza y sonriendo de medio lado. Notó que ella no hablaba sola frente al árbol del que fue prohibida la ingesta de su fruto, mirando fijamente a una criatura desconocida por él, enrollada en una rama delgada alcanzando el fruto del pecado original.

Autor: Carlos Arturo

lunes, 23 de enero de 2012

Lilith


    "Lilit (1892) de John Collier"

    Lilith yacía bajo la sombra de un inmenso árbol en algún lugar de la media luna fértil, aferrada a su descarada desnudez de piel pura y perfumada de perfección incorrupta. Pensaba, mientras Adán pisoteaba las leyes de física hoy implementadas. Tocaba sus labios con los dedos en señal disimulada de la revolución que reordenaba sus ideas y la forma en que se resquebrajaba su realidad.

    En el paraíso la paz juraba eternidades con la inmortalidad de toda la diversidad de especies que coexistían en su interior. Sus ojos veían la maravilla de la creación;  todas las fronteras del espacio olían a rosas con colosales árboles espinosos, muros ponzoñosos  y verdes con adornos rojos oxigenaban  todos los pulmones en la tierra de la vida añorada por el diseñador y fraguador de nombre impronunciable. 

     Lilith abrumada por la curiosidad de saber qué había más allá de los muros ponzoñosos se aventuró ante su afán y en arremetida irreverencia, como pudo alcanzó con su brazo el otro lado de las murallas verdosas,  atravesando el extremo oscuro y silencioso de las afueras del Edén. Sintió entre sus dedos una sensación inexplicable; un agudo recorrido en sus extremidades superiores que iba tostando y deshidratando la piel indolora de sus manos; ella sintió que algo en el lado izquierdo de su pecho se aceleró, en su vientre crecía una descarga que rápidamente alcanzaba su garganta, quería gritar. Rápidamente los haló hacia su cuerpo arañándose con las espinas, reaccionando con la boca inquieta y los ojos tan abiertos como fue posible.

  Un vapor se colaba por la exactitud de la gloria y ella sudaba extasiada sintiendo palpitaciones entre sus piernas, agitada y gimiendo retorciéndose en la grama se imprimían en sus brazos perfectos, moretones que ascendían hasta el cuello. Una combinación de dolor, placer y sanación experimentaba entre  todo aquello que su creador no le había dicho; un sabor entre salado y ferroso había invadido su boca, rasguñaba su vientre al son de una opresión cada vez mayor, mirando fijamente al sol sin darse cuenta de que su cabellera en ritmo progresivo se teñía de añil.

    Acostada aún se estremecía entrecruzando las piernas en una incontrolable alucinación que no la dejaba razonar ni quedarse quieta. Las contracciones en su tronco y extremidades inferiores le provocaban una taquicardia indescriptible. Se mordía los labios para no gemir y alertar a Adán de su estado aún sin nombre.  Por un momento la descarga climática se detuvo dejándola temblorosa y débil, satisfecha de un algo en un donde que la hacía mirar a todos lados avergonzada del espectáculo de placer que acababa de propiciar. Entonces algo se movió en lo más bajo de su vientre, sentía como una punción rompía sus entrañas mas no se quejaba; su pelvis se ensanchaba sosteniéndola inútilmente a juro con sus manos, de su genital sin anterior función salía un criatura jamás vista, alargada, sin hombros y asomando una lengua viperina, empujándose con unas patas que roían, con escamas por la piel ásperas como piedras.

   Sentía cosas que en su eternidad nunca distinguió, eso la asustó, todo le era extraño, un golpeteo en su pecho la desvariaba. La vergüenza la manifestaba huyéndole a Adán, el placer la quemaba, la llenaba y la vaciaba de sopetón. Estocadas a las que volvía una y otra vez originándole nuevos sentires que tenían una sustancia diferente. Su sonrisa se tornaba picarona en sus labios carmín. Con sus caderas más anchas se paseaba por la inmensidad del Edén, tocando todo lo que podía con sus dedos y descubriéndose redefinida en el reflejo de un riachuelo.

   Repudiaba a Adán;  él no comprendía porque ella tomaba sus manos para que  la tocara de pies a cabeza, le desconcertaba que pegara su boca y apretara como queriendo arrancar un bocado cual fruta favorita. La buscaba por las tardes encontrándola en la noche rendida en la grama con la mirada perdida, agitada, callada, inmensa, temblorosa, turbia, saboreando la saliva que tragaba para gritarle que se marchara a otro lado.

   Lilith decidió su exilio, cuando el Hacedor la confrontó. Su cuerpo delicadamente esculpido pedía la liberación de lo muros del paraíso, añoraba el otro lado, las voces se lo decían continuamente.  Cansada de lo eterno, de lo blanco de Adán, atravesó los rosales arañándose y sangrando, a los abismos desconocidos de un “nuevo” mundo, olores jamás olfateados, perfecciones perdidas y tanta sangre como ella deseaba. La última vez que se le vio aún con el diseño original del Edén lavaba sus heridas en el hoy conocido mar Rojo. 

Autor: Carlos Arturo

lunes, 16 de enero de 2012

Ella


Este intento de poema fue escrito para el epígrafe de mi Trabajo de Grado, a petición de unas cuantas personas lo coloqué en el impreso definitivo. Uno de los jurados lo alabó dejándome el agrado de la experiencia y unos cuantos logros en la casa de estudios en la que me he estado formando. Se los dejo con el agrado de leer sus opiniones. Buena semana y Carpe Diem:


Ella, producto de “dioses” confundidos,
fruto copulaciones entre penumbra y luz.
Recreó realidades con sabor a vapores y sales de platas,
expuso contextos con albumina y mercurio.
Vestida con la apabullante prenda de la física y la química,
quimérica huella que se plasma sobre cristales, placas y papeles.
Ella, es solo el medio… su figura es el detonante.

Ella, es cómplice de sus resultados,
del reflejo de los rostros y lugares erosionados por Cronos.
Monta un teatro de realidades contradictorias;
es lo que vos queráis, es lo que vos sintáis.
La epopeya de la juventud eterna,
la máquina del tiempo de un solo destino.
Esencias y tendencias que la memoria empolva.

Ella, telaraña de intenciones,
red de memorias en declive
molde en negativo, que se positivan cíclicamente.
Almacenada en los hoy de los ayeres,
paisaje de viajes instantáneos.
La placentera labradora de eternidades… que se deterioran.

Ella, la deidad a la que nadie reza y a todos sirve.
Tan humanizada y tan mitológica,
tan bidimensional como profunda.
Del olvido trae las memorias,
del Hades los extintos.
Se remonta a un occidente que se vuelve oriente,
expandiéndose con revoluciones impulsadas por carbón.

Ella, cada vez más desenvuelta en la sociedad,
Evolucionada pudiente
cada vez más meretriz,
conquistando el mundo con sus mañas de parar el tiempo,
encantándolo con sus ambigüedades desnudas,
dueña significativa de ayeres justos y ajenos para el recuerdo.

Ella, eterna joven de casi dos siglos,
La biónica recreadora de poses clásicas,
La científica, la artista, la periodista y la publicitaria.
La muda, la insípida y la mitómana,
asoma aquello que es, fue, ya no está o ya no es.
Poderosa deshiladora de razones y sentires,
complaciente en las formas de ser una pieza que perdura en el tiempo.
Ella es la fotografía, de todos y de uno.

Autor: Carlos Arturo

jueves, 5 de enero de 2012

Cena de aniversario



    La casa estaba inundada del olor a estofado que Martha tenía sobre el fogón. Ella con su pierna cruzada repasaba con detenimiento la receta en el viejo libro de cocina de su abuelita María; en su mano derecha sostenía un vaso plástico lleno de aguardiente que a sorbos lo consumía arrugando la cara y estremeciendo hasta los hombros, al son de ir manchándolo con su labial bermellón favorito.

     Sobre la mesa de la cocina descansaban sus zapatos altos de charol, relucientes y atrevidos, compañeros de sus rutinas de ama de casa junto al polvo y algunas telarañas que se escapaban en algún descuido del aseo matutino. La mujer estaba sonriente, con el pulso acelerado por la emoción; ansiosa por saborear la suculenta cena que se guisaba sobre su vieja cocinilla beige. Danzarina se paseaba de la sala a la cocina con el plumero, con una escoba, con un trapo húmedo y sus uñas pintadas al estilo francés, dejando lo que tuviese en manos, para lavarlas y tomar algún tenedor puyando y probando cuánta blandura había alcanzado la carne, también tomaba una cuchara y degustaba el jugo que se cocía, adoptando en el rostro un gesto picarón de aprobación, mirando al techo salpicado recientemente, con los ojos casi perdidos en sus parpados adornados de unas gruesas y negras pestañas. Brincaba aplaudiendo y tarareando “at last” de Etta James.

    Martha vestía con un gusto exquisito, producto de años en los que residió en París, con un peinado muy apropiado a su estilo, inspirado en actrices de cine. Lo único que desentonaba con su muy elaborada estética era un delantal lleno de secreciones causadas por la deliciosa comida que se concretaba sobre el fogón y un desastre en la cocina –Nunca es fácil degollar animales grandes – pensó ella pasando una servilleta delicadamente sobre su frente acomodando la mano en su cintura, aferrada luego a un extremo de su pelvis forrada de piel cuarentona rejuvenecida a punta de obsesiones.

  Aún esperando, ella se liberó el cabello de sujetadores  peinándolo con sus finos dedos y llevándolo a un lado de su hombro delgado revestido por una blusa estampada entre rosa y blanco. A Martha le magnetizaba tener cuarenta, pero parecer de treinta, jactándose de sus elaboradas rutinas embellecedoras al despertar y al irse a dormir. Le encantaba sonreír porque así escapaba de sus manchas del pasado, sonreía a carcajadas porque su cuerpo burlaba al tiempo, dando vueltas con su hermosa falda de plises negra que se abría simulando un paraguas contra la lluvia ácida de algunos recuerdos, porque sus senos aún no descansaban manteniéndose firmes cual militar. 

   Ese día era diferente, y dejó más flojo su corsé entallándose en un caro vestido de terciopelo negro con encajes blancos. Se hizo un moño, pero decidida se soltó su perlada cabellera agitándola fuerte para luego arrancar con una pinza algunas canas que el espejo le mostraba. Adornó sus orejas y cuello con las prendas de su primer marido fallecido hace algún tiempo, pintó su boca y mejillas con el estuche de maquillaje dado por su segundo esposo desaparecido hacía algunos años; coqueteando con su reflejo, le dio la espalda para dirigirse al comedor alumbrado por velas y candelabros de plata. En la cocina esperaban sus zapatos favoritos, regalo de su tercer esposo muerto en un accidente sobre un caballo hace 4 veranos.

    Lista la experimentada mujer se colocó de nuevo el delantal para servir la cena, entusiasmada por la velada, estrenando platos de cerámica supervalorada regalo de Guillermo su reciente marido. Puso dos platos sobre la mesa del comedor, con el estofado en el medio, unas copas de vino de la mejor cosecha de hace dos décadas. Sola se sentó a cenar sin importar la ausencia de su esposo, llevando el tenedor lleno de esa exquisitez a su boca, cerrando los ojos al placer indescriptible de la blanda carne al paladar, absorbiendo oxigeno al ritmo de la expansión de su pecho. Aún humeaba la cena, que seguro más de un vecino quería probar, que más de un hombre quería compartir con ella. Mentalizó eso mientras daba las últimas masticadas a su obra de arte culinaria, cuidando no ensuciar sus guantes de raso.

   Al devorar lo que había en el plato con gestos orgásmicos, decidió recoger la ropa sucia de su esposo tirada en el cuarto, con su mala costumbre de revisar los bolsillos encontrando siempre algo, esta vez un cigarrillo. Se lo puso en el pliegue de la oreja dirigiéndose a guardar el estofado para ahorrarse hacer el almuerzo al día siguiente.  Al abrir la nevera cayó un brazo descuartizado, metió donde pudo el estofado cuidando no dejar caer otro pedazo de cuerpo en el piso. Con un poco de irritación se arrodilló para limpiar el piso  –siempre tienes que arruinarlo todo, Guillermo- gritó al acabar, acomodando su vestido.  

   Martha tan elegante se fue hasta la sala y encendió la televisión, prendiendo el primer cigarro que se fumaría en su vida. Se sentó en la mecedora aspirándolo como una experta para luego toser por la inexperiencia, corriendo así las horas, meciéndose, fumando y esperando digerir el corazón en salsa de su cuarto esposo.  

Autor: Carlos Arturo 

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

Desde: "desdeloprofundomedevora.blogspot.com"

Desde: "desdeloprofundomedevora.blogspot.com"
Gracias Verónica por tomarme en cuenta :-) Feliz semana de la amistad a todos