jueves, 17 de mayo de 2012

In corpus



   La braga entre sus nalgas era tan molesta como el trinar de los pájaros en el turno diurno, tan ladilla como el calor pululante del occidente venezolano; ya no quedaba más que abrir los ojos y sentir como la humedad hacía estragos en las coyunturas del cuerpo.

   Llevó sus manos a la cabeza rascándola con los ojos entre abiertos, bajando una de ellas hasta el cuello moviéndolo de izquierda a derecha. Se sentía abatida, dispersa y cansada, el ruido de sus vértebras al estirarse contaban por retazos los acontecimientos del día anterior. Marisela, se sentó en la esquina de la cama, que vacía se presentaba como una pieza del rompecabezas, permaneció en silencio sin pensar en la hora, en el desastre y el sucio de la casa.

   La arena del piso parecía vidrio molido en la planta de los pies mugrientos de la dama semidesnuda, anduvo cinco lentos y desvariados pasos antes de llegar a la puerta, mas se detuvo un momento a estirarse escuchando como las articulaciones  chasqueaban cual piano desafinado, y se preocupó por todo el tiradero presente. - ¿Hasta cuándo tanta miseria de visita? –se preguntó con el seño fruncido y las manos tocando el borde de sus caderas, desde un espejo se la podía ver, con sus senos entristecidos apuntando a los dedos de sus extremidades inferiores, el abdomen abultado con la piel rojiza de estrías recientes, la boca hermética, pero dinámica y la cabeza aturdida de una resaca injusta y abstemia.

   Aún el espejo reflejaba su figura de cuarentona roída por la vida, y encendida por la existencia. Tan nadie ahí parada, tan nada entre el caos, tan todo ocupando el espacio. Decidió terminar de dar los pasos que la llevarían hasta encontrar la primera presencia humana que sus córneas detectaran. Sus pasos ahora eran más decididos, jamás pensó en su desnudez a medias, ni si quiera en la vergüenza que le invadía mostrar la flacidez de sus mamas. Cruzó a la derecha con el pelo alborotado y policromático, viéndole ahí meciéndose en la hamaca amarillenta de loneta, leía un periódico de hace meses y sostenía una cerveza que humeaba de fría. – Arnoldo… sient… – esbozó Marisela que interrumpida por la mano de su esposo quedó con palabras a medias.

   Cabizbaja le miraba sus rodillas con los dedos inquietos  de las manos y los hombros tensos; el miedo se acentuaba en el estómago y en el corazón.  Mientras tanto, él se dispuso a enrollar el papel de noticias viejas y a mirarla fijamente. Tosió vislumbrando una tempestad en sus pulmones, y exhaló aire como si de éste dependiese todo lo que tenía que decirle a ella. – Estamos en una situación crítica; estás empeorando las cosas – indicó Arnoldo con unos ojos sazonados de preocupación.

   A Marisela la mirada se le volvió un naufragio, y del malecón de sus ojos comenzaron a desbordarse las lágrimas; se agachó y tapó el rostro para no ver la cara de decepción de su esposo, para ocultar que ninguna palabra se gestaba en sus cuerdas vocales.

   -¿Recuerdas qué pasó anoche? – preguntó Arnoldo, con un tono de reproche. Ella lo miró y ahí quedó petrificada.  – No joda, mujer ya no sé que creer con respecto a lo que te pasa. Me asustas, me inquietas, me da miedo dormir a tu lado- declaró mientras movía los brazos y ansioso quería acercársele.

El pelo en su cara ella lo llevó hacia atrás, quedando con la cabeza levemente inclinada a la izquierda con una mano en la frente, y otra en la cintura. Apretó los labios y suspiró destilando angustias y arrepentimientos tan tristemente hediondos que Arnoldo buscó una toalla y se la puso sobre el cuerpo, tapando sus senos taciturnos y piel cansada. Acarició sus hombros con ambas manos y bajó sus manos hasta las suyas. –Anoche te convertiste en Buda, o bueno, eso fue lo que dijiste – a Marisela se le engrandecieron los ojos y de perfil lo miró con la boca entreabierta, preguntando con los gestos desencajados: “¿En Buda. Quién coño es Buda?”.  – Pues no sé, pero hablaste sobre el misterio del asesinato de Evert – respondió él.

   -Evert no fue asesinado. Él se ahorcó – dijo.

    -Anoche dijiste que fue asesinado, y hablaste sobre un real que metieron en su boca. Y por si fuera poco, describiste al asesino que ha resultado ser el amante de la viuda- esbozó Arnoldo aún sorprendido. –Allá la gente está loca desenterrando al muerto -

   Marisela, apenada y nerviosa entre palabras cortadas refirió que no podía ser posible que ella dijese eso. Que la gente la condenaría por todo eso que había dicho en su trance.

    -Eso no ha sido todo… te ensanchaste increíblemente, eras gordísima; tu voz grave, gritabas haciendo aullar a los perros del rededor  y tu iris estuvo perdida mientras tanto. Fue horrible ver como el vestido se rasgó completamente. Te levantaste y le diste un coñazo a la negra, diciéndole que dejara de pensar que el demonio te estaba poseyendo. Ella tiene pavor de venir a verte. Yo no tengo ya la mínima idea de que esto sea cuestión religiosa, de brujería, psicológica o psiquiátrica – dijo Arnoldo soltándola y yéndose a acostar de nuevo en la hamaca.

   -¿Entonces…?- fue la interrogante que apenas pudo salir de la cuarentona.

   -Entonces, ya no sé si lo tuyo es cuestión de psiquiatra o estas poseída por algo, la otra vez hablabas de ser Dalila, y antes de ser un hombre gordo fuiste una prostituta llamada Mesalina acosando al compadre José – agregó el esposo que con una de sus piernas hacía mecer la hamaca.

   -Arnoldo, también tengo miedo de mí misma- dijo con los ojos enrojecidos y con un hombro descubierto. - He considerado lo que me dijiste… lo del manicomio – Su boca temblorosa dejaba escapar una sinceridad rústica y dolorosa a sí misma. -  Me da pavor creer que tal vez pueda necesitar un exorcismo. La gente de este pueblo no perdona la locura, pero con el Diablo aquí la cosa es más delicada. ¡Me siento desesperada! – refirió Marisela subiendo cada vez más su tono de voz con la melancolía marcando el ritmo de su argumento.

    Desde la distancia Arnoldo la miraba consternado, como si la existencia le tejiera una prueba. El sudor escurría en ambos cuerpos, fluía un silencio incómodo y un sabor amargo aferrado en el espacio. El tiempo pasaba y el pasado no importaba, el futuro parecía estar revuelto con el presente, y éste estaba demasiado ocupado como para figurar entre los esposos. Marisela como estatua permanecía rígida frente a sus ojos, sin buscarse en la cara de él, rehuyendo con el dedo gordo de su pie, cavando un hoyo sin mucho éxito.

    -Tranquila Mari…- Al fin dejó escapar de su boca Arnoldo. – Aquí no es el problema de la locura. Quizás sea yo el loco, tal vez el pueblo, o tú, probablemente todos – teorizó el hombre que levantándose de su hamaca se dirigió a esa anatomía femenina plagada de lagunas, universos paralelos y múltiple polos – Vístete, que antes de las 3:00 p.m. iremos con el padre a que te rece y te bañe en agua bendita – sonrió entre el pesado ambiente y abrazó a Marisela tratando de sacar el óxido que la comodidad había adquirido.

Autor: Carlos Arturo

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Gracias Verónica por tomarme en cuenta :-) Feliz semana de la amistad a todos