lunes, 19 de septiembre de 2011

La madre sustituta


El novio de la joven llamaba a la puerta, era una madrugada silenciosa, muy penumbrosa gracias a la forma en que habían sido construidas las instalaciones de aquel espacio. Eran casas de una sola planta, pegadas unas a otras y separadas al frente y costado derecho por veredas, con una anchura de aproximadamente un metro. Las pocas farolas encendidas apenas evitaban que alguien tropezase con obstáculos inesperados. La joven era menor de edad, sin embargo ya estaba activa sexualmente, era de tez canela con el cabello lacio, ojos miel, risa ancha que nacía de labios corrugados.

Él con el sigilo a su favor llamaba, pero los ojos claros no daban respuestas. La temperatura se hacía cada vez más densa y fría,  la desesperación y los nervios tal vez jugaban con su cuerpo. Lanzó la primera piedra y un baño de agua cayó sobre  aquel hombre, haciéndolo gritar al instante. Lanzó otra piedra al lugar de donde provino el agua, y en respuesta le lanzaron un tobo  rojo que no alcanzó a darle. Cuando miró a un lado de la casa donde un alto muro de cemento y bloques protegían el lugar, vio el rostro de una mujer enardecida, de tez pálida y cabellos lacios, con los ojos enrojecidos y una rabia que nacía desde sus cejas, un árbol de limón que yacía a su lado se movía sin haber fuertes vientos y en un grito ahogado hizo correr a aquel hombre sin ganas mirar atrás.

Ella flotaba por el aire con sus  pies desvanecidos en la atmosfera; siempre sabía qué hacer con sus adorados, cuidaba con dedicación al pequeño Antonio. Movía la hamaca donde dormía con la suavidad que la madrugada siempre proponía, la habitación parecía un encuentro con el sueño, todos dormían si permanecían más de algunos minutos en él. Algunas veces, ella era humo o vapor que cándido arropaba a su querido niño vivo. Él siempre dormía, solo abría sus ojos para comer. La dama de cabellos oscuros entendía que no lo podía alimentar y cambiar, por ende se encargaba de hacerle saber a su verdadera madre que el bebé estaba hambriento o sucio. Aún cuando ésta se encontrara de fiesta en alguna madrugada.

Se le aparecía donde estuviera, siempre señalando a su casa, con el mutismo de sus juramentos. Cuando la mujer se empeñaba en ignorarla, ella fúrica se transformaba en un ser de ojos sangrientos con la piel casi gris. Ángela, debía dejar todo por ir a cambiar el pañal o darle de comer. Su presencia era cómoda, puesto que siempre estaba al pendiente de las criaturas; cuidaba como debió cuidar a su hija muerta, sobrellevaba su ectoplasma y penaba con el afán de no volver a morir de sufrimiento, de encontrar en otros recientemente nacidos la dulzura que hoy putrefacta y consumida reposaba en algún hueco del cementerio del pueblo.

La mujer de materia liviana, esperaba algunas veces a Ángela en las escaleras que llevaban la puerta que daba el frente a la vereda, siempre señalando la casa, nunca bajando el brazo, con una faz melancólica, temerosamente tierna y quieta. En una de esas ocasiones, apuntó a al hogar con los ojos totalmente negros, abismos inexplicables, boca sellada de palabras sin sonidos, de pronto, enfurecida comenzó a tirar y romper todo en la humilde vivienda, el frío le provocaba transpiraciones a las paredes, su rabia ciega reventaba espejos y vidrios, su pelo era un remolino oscuro sin luces en el centro. Su cuerpo se mostraba desnudo, con cicatrices en las costillas, con los muslos cortados, los labios rotos y resecos, la cara envejecida y polvorienta, las manos eran un turbio cristal sucio. Todo temblaba, menos la hamaca, todo se agrietaba, menos la habitación. Las chicas corrieron hacia allá con Ángela, quien se encargó de cerrar la puerta.

Aquel dormitorio de paredes infantiles, no era el mismo. Antonio, no reaccionaba al ruido. Ángela, corrió a observar el niño, que con sus labios morados anunciaba que parte de él se consumió entre sueños prolongados, bajo la sobreprotección de la obsesión del “buen” cuidado; cuidado que la madre consanguínea negó al pequeño por cocinar sus crudas decepciones con embriaguez, por las sonrisas mal nacidas  y los excesos entre bailes y manoseos. Ello vino a la mente de Ángela, y era una tormenta más devastadora que la de la madre sustituta. La maldición del espíritu se reproducía en ella… la mujer de pies inútiles lloraba por todas las paredes, empañaba los trozos de vidrio, y se consumía en su propia materia, moría después de muerta, perecía vencida de nuevo. Desidias y sobreprotecciones, miedos desdoblados en realidad.

La oscuridad reinó en la casa, hasta que el amanecer se colaba entre los espacios, alumbrando la cara de las criaturas dormidas y sudadas, mostrando a una Ángela húmeda y en silencio, aferrada a su bebé frío y duro, negado a volver, a despertar, a abandonar el recorrido del Hades, a renunciar ser un ángel. La muerte de Antonio, marcó muchos fines e inicios. Desapareció la presencia, desapareció la descuidada madre a punta de terapias, inicio un recomienzo y redefinición del hogar, para sonreír Ángela le hizo menos falta salir de su hogar. Sobre un rincón hay flores y velas para dos, uno para Antonio hijo siempre querido y otra para su madre de cuidados, la sustituta de tiempo completo, la que no se sabe si descansa en paz, o está de visita en un nuevo hogar intentando mantener viva o vivo a su próximo infante.

Autor: Carlos Arturo 

4 comentarios:

Ana Márquez dijo...

Un cuento "gótico" lleno de imágenes inquietantes, la descripción de los escenarios es genial. Te felicito! :-)

Siento no visitaros a menudo últimamente, pero es que estoy con mil historias. Un beso fuerte, Caco :-)

Alma Mateos Taborda dijo...

Caco querido, qué grata sorpresa entrar a mi blog y leer tus cálidos comentarios. Me han hecho muy bien. Gracias, por ser tan noble y gentil. Gracias por volver.
Esta historia me ha llenado de escalofrío, Es un relato magnífico y conmovedor. Lo he leído tres veces con un nudo en la garganta porque toca las aristas de la realidad. Muy bueno y muy bien contado. Felicitaciones y Bienvenido. Un abrazo enorme.

Mariluz GH dijo...

Maravilloso... dramática situación nos describes, nos envuelves en sensaciones escalofriantes y de horror por una realidad demasiado frecuente -aunque no lo parezca. Pero le has dado un final esperanzador, cálido y necesario ante tanta tragedia diaria.

Siempre es una bendición recibirte en mi casa, Carlos. Y me alegra que tu mamá ya esté recuperada de los ojitos :)

abrazos para ambos

Caco dijo...

* Ana Márquez, muchas gracias amiga. un besazo, y espero que pronto pongas en orden esas historias. Besos.

* Alma, amiga... gracias a vos por siempre venir y acurrucarme en tus cariñosas palabras. Tus versos me peinan y despeinan. Un abrazo inmenso, enredado en admiraciones.

* Mariluz, gracias hermosa, para mí también es una bendición saberte por aquí, un placer que siempre emociona.

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Gracias Verónica por tomarme en cuenta :-) Feliz semana de la amistad a todos