martes, 8 de junio de 2010

Las huellas de su existencia.

La fotografía utilizada, forma parte de una exposición que se realizó el año pasado en la ciudad de Maracaibo, Venezuela. La muestra del trabajo fue titulada "Iberia" pido disculpas por no recordar el nombre del fotografo, pero lo he buscado por todos lados y no he dado desafortunadamente con creador de estas fotografías hermosas. Ésta imagen en particular fue la que más me llamo la atención y hoy la comparto con ustedes junto a un relato que escribí.


Había quemado la fotografía que aún conservaba, la cual resucitaba a cada momento cuando le veía, me perseguía con su mirada negra, marcada, indeleble, quieta. Jamás pensé que un recuerdo grato se me volviese una fobia. Pocos días después del aniversario de su partida, volví a ver una de sus fotografías sobre un altar pobremente hecho. Su partida continuaba siendo dolorosa e implacable. Su madre lloraba como aquella tarde soleada y húmeda en que sus restos se mezclaron con la tierra pastosa y fría. Fue una tarde feliz en la rutina el mundo seguía con su labor constante, pero triste por lo sucedido; la mirada materna era la misma luego de tantos meses, temblorosa, desbordada en lágrimas, oscura y brillantemente triste. Yo había aceptado las cosas con tanta filosofía que sentía culpas por no reventar en llanto, por no rendirle culto con ese líquido salado que brotara de mis lagrimales.


Pasada la tarde en que llegué a mi casa luego de llorar internamente sus memorias, comencé a sentirme fatigado, la casa estaba sumida en el implacable silencio de la soledad, mis desastres ya no tenían cabida para culpar a alguien más. Me recosté sobre la cama que inmensa se hacía, mis recuerdos comenzaron a florecer mientras miraba el techo, esos repasos revivieron las ansias, y es que su respiración era su mayor atributo a mi juicio, arte profundo y sentido cuando todo estaba silente, ella adornaba de música viva los espacios, no dejaba reservas cuando golpeaba el aire. Daba la vida entera por cada inspiración y suspiro. Dormía siempre cerca de su cara para sentir el profundo ritual de vida, para regocijarme con la armonía.


En algunos momentos se le escapaban algunos silbidos que daban comicidad a los instantes tanta raramente obsesivos… bueno, eso era lo ella me decía, tal vez nunca se percató de la profunda admiración que se desprendía en cada locura denominada por ella de esa manera. Tampoco creo que entendiera que lo antes nombrado fuese en las noches un desvestimientos de las inhibiciones, un despertar de pasiones y de sentires que nunca pude explicar.


Sonreí en el instante que me vino a la mente el hecho de que nunca le gustó que hablara de ella con sentido de pertenencia, y en lo posible se lo respeté; aunque a veces se me escapaban algunos "mi mujer", "esposa mía". No obstante, siempre le dejé claro que su respirar sí era profundamente mío. Se lo dije tantas veces que no terminó por aceptarlo de mención, pero sí internamente. La última vez que tuve la oportunidad de decírselo fue con un intento de canción y un desentonado pujo de armonía con una guitarra a la cual le rompí dos cuerdas, rió tanto que fui yo quien terminó molesto, por sentir la herida de la burla, cuando en realidad ella evitó el desbordamiento del llanto. Cuando murió sentí prácticamente la misma asfixia que ella pudo sentir, su aire ya no era mi aire, ni siquiera del viento, se había agotado como toda materia prima.


Sus manos eran suaves y aterciopeladas, ella tocaba mucho mis manos y hundía tiernamente sus largas uñas en las mías, era una sensación extraña y a la vez bastante buena, mientras veíamos la tv todo el mundo desaparecía entre el cansancio, el programa televisivo, nuestros silencios y toqueteos. Ahora el vacío completo del silencio, de la ausencia y el espacio hacen que la intangibilidad me desespere y me invite al destierro de Morfeo quedando en su espacio un insomnio bárbaro y una tranquilidad a la cual no termino de adaptarme del todo.


Luego de este aniversario de su partida, cuesta no recordarla de manera especial, a tanta la cuestión de que me arrepentí de haber quemado la fotografía que nunca me dejaba de mirar. Evidentemente, aún hay sentimientos sobrios de mucho pesar al saber que ya no está, de instantes de ansiedad, besos añorados y sonidos del silencio que no son los que precisamente quiero escuchar.


Las huellas de su existencia me arrastraron a robar la fotografía del pobre altar en el instante en que me volvió a mirar y a tentarme con sus ojos no parpadeables a reencontrarme con todo ese caudal de factores y emociones de los que quise escapar.

Autor: Carlos Arturo

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Gracias Verónica por tomarme en cuenta :-) Feliz semana de la amistad a todos