
Cientos de religiones, mil anuncios de armonía y continúan las hordas barbáricas para plantar sus banderas donde se recoge la paz a punta de jarrones. Las reservas caen, la tierra se hunde, el fuego líquido nos alcanza y nos reímos de ver como se derrite el hielo.
Ellas se camuflan en el verdor de su juventud que con el correr del tiempo serán cobrizas, lampiñas y ponzoñosas. Así como se levantan las arenas del desierto se levantarán las fieras ardidas con el correr de los vientos, fieras consumidas por rencor y resentimientos sedientas de extensión, sedientas de sangre, sedientas de poder, escasas de sentimientos y potentes a los gritos del inocente. Con el dolor ajeno crearán su nuevo himno, abajo caerán las banderas y serán desgarradas, pisoteadas y escupidas, la nación no será más que un recuerdo, las estrellas caerán, la naturaleza humana teñida de violencia involucionará. Despertarán los gigantes por el ruido, el cielo será gris humeante, el sol llorará desconsolado, su ocaso vendrá a consolarnos cuando sea demasiado tarde.
Serán fieras hermosas que dejaron atrás el sílex, el cobre y los caballos, en silencio nos observan esperando el momento, sus representantes no han caído… esperan el momento exacto para el retorno en el crepúsculo. Pero es inevitable ver como crecen, se desarrollan y esperan el momento de arrancar la mirada de un mordisco. Llegaran de aquellas montañas que se hicieron tan nuestras, bajaran con la muerte de armadura y la risa de guarda espaldas. Su frialdad es tal que con solo mirar su sombra ataca la hipotermia. El momento incierto será en el cual se esté dormido, pues el silencio conspira con ellas, en sus escudos está la mayor prueba de todo, solo y solo cuando el momento llegué los pájaros huirán despavoridos.