El dulzor de Hestia
atrajo las hormigas.
La casa cansada
el hogar roído
los dientes de los días
La insaciabilidad carcomiendo los cimientos.
La casa resiste,
rozada de miserias
¿es acaso Hestia un atlante
sosteniendo la promesa del desplome?
¿Qué soporta este refugio,
más allá de la historia y el cemento?
Las hormigas han rastreado el dulzor de Hestia,
se llevan el coral de las paredes
mientras un gato duerme sobre un mueble roto.
El tiempo se detuvo en el pecho de Cristo
la última cena siempre en el comedor
son las siete con veintitantos segundos,
siempre.
Ya no es el tiempo
son los daños.
No son los daños
es la desgracia.
Hestia se resigna
al harapo de su efigie,
al desgaste de los colores.
Calla la calamidad entre los muros
calla cada grieta nueva de la pared
cuando alguien ocupa los espacios
de promesas,
la incerteza del mañana.
Hestia prende fuego a la esperanza
para que el hogar no se desdibuje,
está la mesa y la comida,
la cama y el habitante,
el piso y la escoba,
la ventana, la cortina y los ojos
la voz y los nombres
la vida y el amor,
mientras ocurre el hogar
Hestia esconde sapos apenada
por no poder evitar filtraciones de la lluvia.
Carlos Arturo
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