Tu sonrisa era la mía;
en mis ojos crecían jardines para ti.
tu mano mística
y el olvido de la erosión.
Fuimos siempre el susurro de una promesa.
Hoy solo soy yo prometiéndome,
siendo balido y eco
sobre la ausencia
y lo estéril de tu fantasma
que efloresce en mi cuerpo herido.
Carlos Arturo