domingo, 12 de diciembre de 2010

Relato encadenado y 2años de la apertura de este blog.

He llegado a mi segundo aniversario junto a mis quimeras y a todo lo que me susurran al oído. Con ustedes he aprendido demasiado, y me atrevo a asegurar que he captado mucho más de lo que creo y tengo consciencia. No tengo más que decirles que:
y Carpe Diem

Para celebrar toda esta alegría con ustedes, he decidido inventarme un relato con el fin de que todos ustedes me ayuden a continuarlo, es un relato encadenado, éste consiste en que cada uno de ustedes aporten su maravilloso ingenio e inspiración. Ha sido un gran placer este transcurrir y espero que siga y siga hasta donde aguante. Ahora procedo a dejarles el principio para que ustedes lo continúen.

"El coleccionista de huellas"

Una de esas noches de rebuscada melancolía y recuerdos que reactivan sentires retomé una endeble libreta donde anotaba las citas interesantes de libros que había leído. No ojeé mucho cuando redescubrí una que me causó una reacción diferente a la que había interpretado con anterioridad, ésta cita era de un escritor peruano llamado Jaime Bayly. La cita la extraje de un libro de relatos llamado “compilación de escritos” entre esa compilación leí el “Dios confundido”, y de ahí resalté lo siguiente: Sospecho que escribo porque es una manera de vivir otras vidas, de vivir de nuevo, de vivir mejor". Desde entonces creía que ese escritor era un idiota por haber dicho semejante barbaridad, no obstante esa frase había quedado escrita en mi vieja libreta, supongo, que hubiese necesitado leer aún mucho más para haberla podido entender en su tiempo. Esta vez la frase se me quedó transcrita en el pensamiento luego de haber cerrado la libreta y haberla llevado a mi habitación.

Luego de unas semanas, me atreví a comenzar a leer mi primer y único libro publicado, quise encontrar entre aquella horda de palabras la razón del fracaso de mi primer “bebé”. Sentí miedo de abrir “El candado de tu boca” (así se llama) trata sobre una adolescente autista y un hombre que abusa sexualmente de ella. Las expectativas de la editorial fueron inmensas con la historia, me hicieron contar becerros antes de nacer, y en vez de becerros obtuve una gran plasta de excremento. La editorial me contrató para la impresión y publicación de tres libros, de los cuales ya uno había salido. Me imagino que los altos mandos habían imaginado que la popularidad sería tanta que pensaron en una trilogía. Todos fuimos unos grandísimos pendejos, porque los resultados fueron estériles. Regalé 50 ejemplares entre amigos y familias, fueron los únicos que reconocieron mi trabajo.

Había leído 385 de las 400 páginas de la novela, en esta sección me sentí un idiota, no por la historia del libro, al menos, aún me resultaba degustable a mis adentros, me sentí así por esa cita del escritor Jaime, al darme cuenta de la razón que tenía, cuando escribí los tres personajes más relevantes de mi historia me di cuenta de que por medio de ellos se viven otras vidas, aunque no sé si mejores, pero son otras vidas; fui mujer, fui hombre, fui autista, un sádico abusador, fui policía, fui madre, y fui Dios, me convertí en ellos al bailar una especie tap, con la diferencia de que los pasos fueron hechos con mis dedos en esa pista de baile que fue el teclado de mi ordenador. Por consiguiente no tuve concentración para seguir leyendo, los ecos de la cita del Sr. Bayly se me quedaron rebotando y rebotando en mi cabeza.

Luego de días de haber pensado tanto, decidí atreverme nuevamente a escribir algo que iría más allá de las fronteras que tenía por paredes en mi casa y usar mi recurso a estructurar un nuevo libro. Esta vez nada de novelas o relatos, decidí dejarme llevar por lo que no sé a dónde me llevaría. De algo estaba completamente seguro, y es que este libro sería escrito por mí, pero con palabras de otros escritores que aún no habían logrado el reconocimiento; formulé la pregunta para todos y todos a su vez me contarían su historia. La interrogante sería: ¿Por qué y para qué escribes? Y me lancé a ese mar de posibles respuestas que al juntarlas todas llamaría: “El coleccionista de huellas” está vez serían las huellas borrosas, pero huellas a fin de cuentas. Y así busqué en mi directorio para contactar algunos amigos que habían pasado por mi mismo caso, y a su vez ellos pudiesen contactar a otros escritores con la misma situación. Siempre supe que sería un libro arriesgado, incluso más que el otro, porque a ¿quién le interesaría saber sobre escritores “fracasados” comercialmente? pues, no sé… pero ya tocaría averiguarlo.


A las 8:00 a.m del siguiente día de haber enviado mi idea a algunos compañeros, me senté en mi ordenador y accedí a mi correo electrónico, solo una persona me había respondido, era mi colega Adalberto Mercado, diciéndome que gustoso participaría, con la condición de que todo fuese por este medio. Yo le respondí….

¡Es todo de ustedes!

viernes, 3 de diciembre de 2010

Róbame


Hace poco me puse a registrar ese interminable "baúl" de recuerdos que es un pequeño estante donde hay algunos libros de mi mamá (en su mayoría sobre salud), y gracias a mi curiosidad de buscar no sé qué, es lo que me ha permitido publicar esta entrada. Ese "baúl" de rememoranzas no los compone los inmensos huracanes de párrafos entre páginas amarillentas y polvorientas, sino, la cantidad de dibujos que solía plantarles yo a esos estáticos libros a unos escasos tres años y aniversarios en adelante. Los dibujos son figuras antropomorfas que en su tiempo hicieron el intento de trazar las dimensiones del cuerpo humano con kilómetros y kilómetros de tinta roja ( Gracias una basta colección de bolígrafos de tinta roja que mamá tenía para aquel entonces). En esos bastos diarios de "arte rupestre" (por así llamarle para justificar aquellas imposiciones de trazados a los rígidos párrafos que nunca me molesté en leer) encontré más que risas, melancolías y desordenes. Me topé con uno de los tantos cuadernos que llené de escritos a los 12 o 13 años (soy terriblemente y bárbaramente malo para contabilizar los años), a esa infamia de sentires que me apretujaban en ese tiempo, había decidido colocarle "Dulces Heridas" con un diseño de portada inventado por mí (que es la imagen que representa esta entrada); entre ese título encontré el tercero de tantas cosas que había escrito, se llama: Róbame. Creo, que lo escribí en una prolongada visita que hice a la casa de una tía, en esos tiempos intensos de la adolescencia efervescente y "sufrida". Hoy el recuerdo pudo más que las vergüenzas de mostrar algo que es parte de nosotros, pero insistimos en negarlo para no mostrar nuestras fracturas que actualmente se encuentran casi sanadas o completamente sanas. Se los dejo a continuación:

-Róbame-

Róbame las ganas de vivir
Róbame mi mirada
Róbame mis párpados caídos
Róbame algunas de mis esperanzas
Róbame el corazón y tíralo en una calle de Manhattan
Róbame el alma que la tengo rota
róbame los sentidos
róbame lo que quieras, pero no te vayas.

Róbame estas ganas de besarte, doy la mitad de mi vida porque te quedes tan solo un día más para caminar sobre las nubes y estrellas.
Deslizarnos en un arco iris y dormir en la lluvia.
Róbame los recuerdos bellos de nuestra relación.
Róbame lo que quieras, pero no te vayas.

Róbame las ganas de olvidarte
Róbame el corazón y llévatelo en el olvido
Róbame la vida después de la muerte
Róbame la historia que me has escrito
Róbame la ternura que inspiro
Róbame mi mundo que está hecho trizas.
Róbame lo que me abunda, prolongando el tiempo de tu ida.


Autor: Carlos Arturo

lunes, 29 de noviembre de 2010

Los 14 apocalipsis

Los 14 apocalipsis fueron un conjunto de guerras ocurridas en una temporalidad de 281 años, todas con períodos de paz intermedios, algunos medianamente “largos” otros exhaustivamente cortos. Primeramente, fueron conocidas como guerras mundiales, hasta que la última guerra logró desatar el verdadero pánico mundial.

Los anteriores conflictos bélicos habían logrado sacudir la tranquilidad mundial, habían conseguido arrasar con inmensidades masas humanas, pero la problemática “14” alcanzó desatar el lado más monstruoso de los tres titanes sirvientes al divino. La guerra solo duró 2 años, pero el pos de la conflictividad fue una etapa que aún direcciona los resentimientos y reactiva lágrimas luego de 5 décadas de “conciliación”. El período de paz más largo fue entre mediados del siglo XX y la primera cuarta parte del siglo XXI, no obstante, siempre estuvieron vigentes tensiones entre países cuyas ideologías hacían chispas en sus contrariedades.

El tercer conflicto fue el del agua, ésta había escaseado en partes estratégicas del mundo, los países más poderosos estaban enfrascados en saltar la crisis, apuro que llevó a éstos a tomar a la fuerza fuentes de agua ajenas a su territorio. Al principio la compraban a países estriados por frondosos ríos y procesaron el agua salada, cosa que no fue suficientemente eficiente ante el inminente colapso que tambaleaba aquellos territorios. Aunque la solución llegó 60 años después a los alrededores, solo se podían visualizar los escombros, las ruinas y el silbido del viento junto a la destrucción y la muerte como rutina. Hoy quedan algunas ciudades fantasmas donde la naturaleza copula entre las paredes de concreto. La luz y la solución llegó luego de que ese científico hoy recordado como un héroe mundial inventó una maquina capaz de producir cantidades considerables del apreciado H2O. Los hombres de guerras abatidos, sedientos, escuetos y desnutridos pudieron regresar a sus hogares con la certeza de que el agua no sería un problema por el cual volverían a levantar las armas. De eso solo quedan papeles amarillentos, memorias transmitidas de generación en generación y algunos cuantos libros de historia que reflejan el problema de diferentes enfoques.

Los siguientes conflictos hiriendo hasta el penúltimo estuvieron ligados a la materia prima y los hidrocarburos, a pocos años de la devastación por causa del apocalipsis de la sequía. Muchos países vendieron como prostitutas a la patria. Apenas cojeaban luego de la guerra anterior, transcurrieron 20 años de una falsa armonía, cuando apenas se dispersó que el petróleo amenazaba con convertirse en un recuerdo a voces temblorosas, los espacios violados por aeronaves no se hicieron esperar, comenzaron a trazar los nuevos acontecimientos del apocalipsis del “oro negro”. No fue el pánico de la paralización de miles de aparatos, máquinas y transportadores, fue el susto de no contar con la fuerza suficiente para enfrentar a los ambiciosos países que saquearían las reservas luego de un sometimiento bárbaro. La esclavitud volvió a germinar en territorios donde antes habían bramidos de libertades. Las mujeres multiplicaban a los hombres y entonces ellas fueron adentradas a la guerra. A la sazón ya muchos no creían en las banderas, ni los himnos sanaban heridas y mucho menos los escudos protegían las constantes embestidas. Fue un conflicto tras otro, aguas enrojecidas, tierras vertidas de sangre, impacto severo a la naturaleza, gritos de dolor, abusos y excesos.

Sin embargo, los 13 apocalipsis anteriores, lograron menguar cuando ya no había más presupuesto para financiar armamento, los años de guerra y muerte fueron paralizados por cuestiones económicas. El resultado fue un espejo de enfermedades, culpas, atentados y daños irremediables a Gaia. No fue hasta el apocalipsis 14 donde los representantes de las diferentes religiones monoteístas en una problemática de ideologías desatarían la más dura de las guerras y genocidios a lo largo y ancho de los continentes… comenzó el último mes hace 50 años, y duró lo más malignos 2 años de la historia humana. Aún las memorias siguen frescas como el barro luego de la lluvia.

La guerra fue comenzada por los tres titanes al mismo tiempo, las sinagogas fueron infestadas de una viruela mutada y letal, las mezquitas y la Meca ardieron en un ardiente fuego al reventar una bomba ensordecedora, las iglesias por su parte fueron pulverizadas con armamento químico no clasificado. La viruela se expandió por el mundo de una forma increíble, su nivel de contagio era potente, y su brote aún más, pocos días bastaban para hacer estragos en el cuerpo, mientras que los ataques nucleares abrían troneras donde antes habían ciudades. El armamento químico mutilaba cuerpos hasta asquearse, hasta morir gritando. Aún se rememora a una vieja mujer que gritaba: “¡Dios repudia nuestras tierra, él se asquea con este infierno!”. Se hacía llamar la profeta de la nueva religión de la salvación, ni si quiera pudo elegir donde montar el nuevo templo, la viruela le infestó hasta los ojos.

Por otra parte, la calamidad y las rabietas de los tres titanes habían acabado con gran parte de la población mundial. Ellos, los titanes se impresionaron al ver que el malecón que había ante sus ojos no pudo sostener la oleada de muertes que se concurrían como en un concierto de miedos. Decidieron dejar los conflictos y ponerse cada una por su lado a trabajar por rescatar a los seguidores que aún seguían con vida y no estaban infectados por la letal viruela. Sin acuerdos de por medio, pero con sus conciencias pululando un pus que les quemaba las sienes, sin protocolos de estreches de manos cada quien se puso a trabajar en los refugios.

Se comenzaron a edificar fuertes, murallas gruesas y altas. Ahí se les abrieron las puertas a los “aptos” para poder entrar y al fin estar a salvo de los peligros exteriores. Los gritos de los virulientos aún hacen ecos, y los suicidios tampoco faltaron en pos del apocalipsis de la Inclemencia. La religión se volvió una práctica que muchos abandonaron, para adoptar las nuevas creencias que permitieran sanar los cuchillazos que las beldades monoteístas clavaron a la fe. La “paz” no se dio por medio de acuerdos, se logró por la incomunicación de los otros continentes. Es de suponer que las escamas siguen esperando volverse agallas, pero hasta entonces apenas la humanidad se repone de sus amenazas, la naturaleza vuelve a restaurarse a pesar de la masiva extinción de especies y el cielo ya no es gris. La hecatombe por ahora guarda energías luego de sus pinceladas.


Reflexión de autor:
“Aún no estamos exentos de la guerra, ni del infierno vivido del humano matando a otro humano, pero estos años de armonía me han enseñado a mi y a mi pueblo a no seguir mirando desde la intolerancia. La paz es un desorden en silencio, este bienestar y este viento valen más que los pretextos para atacar”
ALEA IACTA EST

Fuerte la Clemencia
Décimo día de agosto del 2.200
Adonaí J., Maracundith.
Diario: El amanecer.


Autor: Carlos Arturo

domingo, 14 de noviembre de 2010

Tez de Luna

No siempre es fácil escribir poemas que se dedican. Éstos, suelen ser más comprometedores y inmersos a diferentes interpretaciones en sus traducciones, al igual, que las palabras, que se empequeñecen por lo subjetivo del cariño y se engrandecen por lo objetivo de lo digno de cada ser humano; pero hoy me atrevo a hacer uno, saltar sobre los entredichos y mis propias convicciones, para generar un antónimo que he llamado "Tez de Luna" este intento de poema ha sido inspirando en la esencia, el perfume y los acontecimientos que han pasado en esas agujas del tiempo, que van tejiendo historias hasta donde los hilos soporten, o hasta donde ellos aguanten las tensiones. Esos tejidos me llevan hasta los nudos que se han forjado con una chica que conocí hace algún tiempo. Nuestras actitudes giraban entre los espirales de las diferencias y las indolencias, y tras unos tratos, ocurrió una mutación en los sentimientos. Su nombre es Marielys Medina, compañera de estudios y amiga como pocas.

La foto ha sido tomada por mí, de mala calidad, pero bien humana, sin trabajos previos, natural y espontánea.

PD: la palabra "Kashi" significa Luna en lengua de la etnia Wayuú, la más numerosa en el Estado Zulia, y en el país.


Ella es como una extirpe de Selene,
carne de esa vieja roca pálida y nocturna en lo alto,
inerte en el océano negro está su reflejo, Yue.
Cedida por Morfeo recorre millas en su cuarto
Sus súper héroes cuarteados,
Con las estampas que se van reordenando su subsistencia.

Los ecos del ritmo son los aspavientos en su faz,
Y la música de tradición circulando en sus pies deformados.
Estigmatizados por el zapateo y la pasión;
Ya sus musas son bohemias y serenas.
los nudos sociales no son los desata con sencillez.
Emprende las guerras venciendo sus antónimos,
Nada a contracorriente para no roer al vacío que tanto teme.
Ha sacrificado una vida de aceptación bailando sobre los vidrios.

Es mujer con tacón o descalza,
Es niña aún después de dos décadas de añejo.
Tiene hambre de conocerse a sí misma,
Y su charco tóxico es subestimarse en las movidas,
Quizás hoy no reconozca los tatuajes de su cosecha,
Porque sus ojos buscan alboradas en los ocasos,
Y eso agridulce que puede haber en su embocadura,
Abre brechas en los ríos de sus mansedumbres.

Ya no muerde la manzana… no cree en ella.
Conserva ilusiones adaptadas a su diseño,
Mientras juega a callarse lo que sus pupilas hablan
En dialéctica de las primaveras en otoños,
En encontrar lo indiferente en el punto rojo
Ante un cosmos preestablecido de modos impuestos.
Comienza a conocer los caminos alternativos
De las perfecciones que dejan de ser un corsé
Para ser la lycra donde todos los cuerpos tienen cabidas.

Ella es hija de Kashi,
Surgida un décimo día de un verde noviembre
En las tierras bronceadas del sol amada,
Allí donde las gaitas brotan y palman.
Sorbe una izquierda que comienza a hacer cimientos.
más humana de lo que cree,
y menos desconcertada de lo que piensa,
Prosigue en los trastablilleos
Erigiendo sus nuevas bases en un mundo de “anormales”.

Autor: Carlos Arturo

sábado, 6 de noviembre de 2010

Ya no estaba solo

Y de repente aquel silencio a quema ropa comenzó a ser desgarbado por las gotas de agua suicidas que se estrellaban en el techo de esa casa maltrecha y deteriorada. José Ignacio se encontraba en el interior de ese hogar que comenzaba a dar señales hondas de los años en que ella había sido parida de la mano de esos “dioses” tan contradictorios llamados humanos. Egoístas, menguantes de sus obras, guerreros e indefensos a la vez. La lluvia en confabulación con la nubosidad habían desaparecido la Luna y la música de los afueras comenzó un estruendoso ruido que dejaba olores a tierras mojadas, aires húmedos y friolentos, que estregaban en la cara del joven aquella palabra que sólo el número uno representaba, la soledad, esa ánima a las que tanto temen o a la que tanto necesitan –me atrevería a jurar a que eres un ángel sin misión, una vagante que brinca de existencia en existencia por el mero placer de invadir corazones – dijo el muchacho con la mirada perdida y la voz confusa entre el aguacero que caía.

Él, sentado en el comedor sabía que pronto las aguas suicidas le invadirían el hogar, estaba frente a la ventana viendo caer el aguacero en el silencio interrumpido y el hermoso caos que se desprendía de ese cielo azul petróleo, o quizá gris plomo o negro en su defecto. Acompañado con nada, sólo una taza de té de manzanilla que había hervido hacía un rato; ya no importaba lo temperamental que estuviese el té, ni siquiera importaba aquel inmenso espacio para un cuerpo tan pequeño. Entonces, ella le susurró al oído. Su aliento era frío, su presencia se difuminaba con lo húmedo de la noche. Él sintió una especie de descarga eléctrica en la mitad de su cabeza, comenzó desde la nuca y rápidamente se expandió hasta mollera para terminar su andar cerca de la punta de la nariz. José Ignacio sólo encogió sus hombros, puso la taza de té en el piso y cruzó sus brazos dibujando en su cara cierto intento de sonrisa. Una sonrisa de complacencia.


El hombre sentado nutriéndose de la humedad rió, y de nuevo sintió su presencia. Pensó en que había un montón de cosas que le neutralizaban el necio pensamiento de la soledad, su manipulación para sentir angustia y desespero, su control mental no funcionaba, su arrastre no lo impulsaba a los bordes de la nostalgia, la lluvia exterminaba los gritos de su silente presencia. José Ignacio, sintió a la soledad como una eterna amiga, como la deidad de los poetas, como la necesidad de los aturdidos, como la íntima que llega cuando todos se han ido. Él inspiró y suspiró mientras seguía viendo la majestuosidad de Gaia. Fue entonces cuando la invasión del agua se hizo exitosa, las gotas comenzaron a sonar en el piso, como quien toca la puerta después de haber entrado, el impacto con el piso de cemento pulido no dejaba más que salpicones y sonidos. Entonces, José se levanto de la silla a buscar un recipiente y ponerlo en las goteras. No dio tiempo de dar más que un par de pasos cuando la electricidad se esfumó, y los truenos y rayos alumbraron todo en un intermitente estornudo. Todo quedó en la penumbra, la sombra de José se había hecho inmensa, él por su parte con inutilidad miró a todos lados para no ver más que la noche invadiendo su casa, así como ella, el aguacero, el silencio a medias, los olores, el frío y las deterioradas paredes de la casa; indiferentemente hizo una seña con la boca, y como un ciego volvió a su silla sin intenciones algunas de encender una vela. De nuevo tomó la taza con insuficiente té, ya sopeteado, su respirar se hizo más elevado y se acomodó – después de todo estoy más acompañado que de costumbre - dijo mientras se tomaba el último sorbo de manzanilla junto al montón de visitantes mudos que le observaban quizás morbosamente, tal vez con intriga.

Autor: Carlos Arturo

sábado, 30 de octubre de 2010

Los claroscuros de tu indolencia

Son los años los que ponen obesas a estas remembranzas,
mientras otros crepúsculos le añaden telarañas a nuestras vivencias,
y tus olvidos se me hacen recuerdos alimentando resentimientos.
Como un pecado imperdonable te me estancas en este pozo
de aguas suspendidas en la cisterna de primaveras moribundas,
como un ateo sintiendo a Dios, como una indolencia al dolor
vuelvo a caer en el alcoholismo de tu existencia.

Porque en otras pupilas me veo reflejado en las tuyas,
como un espejo en el café de tu mirada.
El rastro de estos pasos me arrastran a tu maldición.
Y sigo perdonando y adjuntando culpas a esta circunstancia,
pendiendo de un hilo en esta lluvia de hojillas,
buscando la resurrección de esta necrótica esperanza en tus ojos.

Eres como un estupefaciente de permanencia incierta.
Una hermosa envoltura que esconde el cianuro en cantidades infantas,
el dulce placer que termina reactivando el dolor de caries.
Me consume la necesidad de quemar mis ñemas en tu piel,
me hastía fumar tu recuerdo atado de pies y manos,
¡Qué inclemente es esta banca rota de bienestar!
Una batalla que sigo perdiendo y no logro desmantelar.
Permanezco en este criptojudaismo en inquisición,
como el nirvana clausurado por falta de presupuesto,
Sigo en picada en este infierno de inviernos y calores.

Y como ves, sigo mejorando en este ritual de masoquismo.
Recolectado los vidrios de ventanas rotas,
conservando las semillas de la fruta que se secó,
haciendo el inventario de tus virtudes y menoscabos
para reparar los puentes oxidados por la salina de las lágrimas resecas.
Transigiendo contra mi voluntad ante los tratablilleos,
como un cristiano rezando a Visnú,
reteniendo las olas que te arrastran a mi orilla,
con un muro que se filtra por las grietas.

Autor: Carlos Arturo

miércoles, 20 de octubre de 2010

Las sonrisas también tienen sabores

Esta imagen fue tomada de aquí:
-las sonrisas También tienen sabores- dijo UK a una joven sentada en una banca frente a unos árboles rojos de frutos color turquesa. Ella era obesa, con cara de dulces, pero con ojos agriamente tristes. Uk no pudo evitar llegarle y comentarle lo que su amo le había comentado en sus tiempos de existencia.

-¿A qué te refieres?, ¿Quién eres tú?- consternada la joven contestó con voz de criatura mitológica; sus ojos recorrieron el cuerpo de aquella anatomía y fijamente sus ojos se clavaron en los ojos de UK, él con su mirada vacía y evasiva responde: “Mi nombre es UK, mi amo me dijo eso repetidamente antes de fallecer. Desde entonces busqué lógicas a esos degustes de sonrisas, pero no entiendo cómo las sonrisas pueden tener sabores, si nadie posee papilas gustativas para detectar a qué saben esas manifestaciones de euforias. Mi amo no era diferente a usted”.

-¿A usted?- interrogó la chica a UK con una sonrisa bufona– Se le agradece llamarme por mi nombre. Soy Sasza de Argón, tu amo debió hablarte de manera metafórica o analógica, es raro que no le hayas entendido pareces ser una persona inteligente- prosiguió la chica mirando fijamente aquel cuerpo.

-Poseo un sistema operativo de limitado entendimiento, los actos humanos no suelen ser muy lógicos, siempre están respetando e irrespetando sus normas, hablan de perdonarse a sí mismos, como si poseyeran varios alter egos. Mi amo fue un humano clasificado como obsoleto e inservible, fue destinado a ir al planeta Arak debido a una enfermedad que iba comiendo su piel. Él sufría y reía, me decía que las sonrisas tenían sabores y que en Arak pocos disfrutaban de ello- mencionó UK mientras que el silencio hacía complicidad con su boca cerrada, continuaba parado frente a Sasza como si él esperara algo de ella, como si sus palabras fueran las ordenes de su antiguo amo.

Ella consternada rompió el silencio que raspaba el viento haciendo un ruido parecido a un silbido: “Entiendo, eres un UlltaK Bionic, una clase de robot que puede pasar perfectamente como humanoide, eres un diseño casi perfecto. Había escuchado que los de su tipo tienen instalada una aplicación que deja correr un programa que simula muy bien el sentido de la hermenéutica, por eso siempre están analizando y reflexionando. Si no me dices lo que eres, hubieses pasado por un ser humano muy interesante”. Ella sonrió de manera dulce, sus ojos estaban poco brillantes, el agrio de la tristeza había apaciguado -¿Pero qué haces allí parado?, siéntate a mi lado, que este trasero no ocupa la banca entera, además, estos árboles de routorcois son de las pocas cosas que se le pueden agradecer a esos dioses confundidos que suelen ser los de nuestra especie, con nuestros sistemas operativos tan contradictorios- echándose Sasza a un lado.

-Ilógicamente sus glúteos podrían ocupar los dos metros de largo de esta banca, los humanos no son dioses, aunque sí confundidos, ustedes no poseen sistemas operativos ¿eres humana?- preguntó UK, con su rostro frío.

Sasza, miró hacia arriba, guardando un mutismo interrumpido por su respiración, sus piernas estaban inquietas y casi todo su peso estaba apoyado en sus manos, sus ojos se humedecieron formando una tempestad en el borde de sus parpados que terminaron desbordándose. Sin duda aquella tranquilidad que se había visto era el centro del huracán, la verdadera tormenta comenzaba a caer sin desdén -¿Sabes?, lamentablemen… sí, soy humana, una no dios con un confundido futuro – bajando la mirada y acomodando sus piernas prosiguió: “No soy muy diferente a tu amo, no soy muy diferente a ti. No sé si me entiendas, poco importa, pero voy camino a Oftak Alfa, un lugar donde mis padres me obligan a encontrar una felicidad a la que ni yo misma decidí acceder. No creo que en aquel lugar las sonrisas puedan tener los sabores a lo que tu amo hacía mención”.

Respondiendo Uk: “no es lógico que fragüen lagrimas de tus ojos, vas a buscar la felicidad, yo quiero un poco de ella, ¿Crees que mi cuerpo pueda procesarla?- Su rostro seguía siendo vacío, pero sus palabras eran inmensas.

-¿Quién te enseñó a hablar así UK?, ¿Por qué te acercaste a mí?, la felicidad es relativa, compañero, ella no se instala, no se come, ni se busca, ella siempre está anclada e invisible en algún acontecimiento que te llene- refirió la joven secándose los ojos y sonriendo de nuevo.

-¿Cómo los recuerdos de mi amo? Mi base de archivos tienen sus referidas lecciones para reír cuando como decía él: “El llanto corroe la carcajada” (usando un archivo de voz almacenado refirió la frase de su amo), él me enseñó a hablar así, me ordenó que cuando muriera me fuera lejos, que actuara lo más humanamente posible y que cuando me preguntaran que qué era, dijera que era un hombre con síndrome de Asperger – UK calló mientras miraba alrededor.

La chica sonriendo le dice: “Vaya, ustedes los robots si que son tontos o mejor dicho sinceros”.

-Mi sistema no reconoce la palabra “tonto”, me acerque a Sasza, porque sus tonos de voz bajos tienen similitud en algunas ondas a mi antiguo amo. En el planeta Arak él usaba códigos en su mirada que fueron fáciles de detectar para mí, y los he detectado en tus ojos, esos códigos suelen tener un procesamiento inestable en mi sistema operativo, según mi lenguaje computarizado ustedes están tristes, pero al mirarme sonríen, eso me ha hecho concluir que las sonrisas y sus sabores son una amalgama de sentimientos que pueden ser interpretados de distintas formas por los humanos, mi sistema puede “degustarlos” bajo los procesos lógicos y establecidos de mi programación y aplicaciones disponibles – comentó el Robot mientras tomaba una fruta del árbol rojizo y se la entregaba a Sasza.

La chica impresionada, pudo descubrir el basto archivo de memoria y la avanzada inteligencia artificial que poseía UK, ella por años había visto películas de robots que manifestaban sentimientos, no obstante sabía la imposibilidad de ello. En cambio, entendió que su basto entendimiento correspondía a un reactivo de aprendizaje que había poseído al ver archivos de robots con características operacionales humanas. El torbellino de conclusiones arrasó con todas las utopías y aclaró las teorías. Ella sólo pudo responder: “Algo así, UK, Algo así….” Tomando la fruta con las dos manos mientras miraba el rostro del robot.
Autor: Carlos Arturo

viernes, 27 de agosto de 2010

Las sombras del ardor


Ese 5 de agosto fue la fecha de no olvidar… era una tarde perfecta; fuertes vientos que hacían susurrar los árboles, con las hojas danzando su destino olvidadizo, el sol interpolado por las nubes, y los sentimientos sobrios que me apretaban la existencia. Aún recuerdo la entrada a la casa de Elena, era una puerta elegante y tan extraña…, pero hermosa. Sus bordes perfectamente redondeados, un lienzo de madera fina, con dibujos arabescos y ese toque elegante de caoba barnizado. Toqué la puerta maravillado con su esplendor, golpeé y sentí que los nudillos de mis dedos se daban un festín de aristocracia. Pero aquel orgasmo materialista se tornó en un real desespero. Nadie abrió la puerta y me vi obligado a entrar por la ventana, como los gatos, como el ladrón, como una rata buscando algo que comer.

La ventana daba a una habitación empolvada y toda sucia, sin embargo era tibio su acogimiento, me las arreglé para abrirla como pude, y al fin cuando pude entrar sólo el silencio interrumpido por mi respiración turbada era lo que se podía escuchar. Mi cabeza latía como el corazón, y mi intriga encendía el fuego en mis venas. Quede inerte durante unos minutos, contemplando las sombras de la ausencia, con el pensamiento anclado en mis motivaciones y convicciones. La fuerza y el poder me arrastraron hasta la manilla de la puerta, mientras el ocaso caía y dejaba esa luz amarillenta y somnolienta.

Al otro lado de la puerta estaba el pasillo, el piso era un espejo, podías reflejarte perfectamente, la luz fluorescente ambientaba el lugar de manera artística, las paredes del pasillo eran blancas con adornos dorados y amaderados. Tan limpio y a la vez tan sucio, era algo que se envolvía en sus contradicciones, como el hecho de estar yo ahí, pisando morada ajena, buscando un boleto, el boleto que me arrastraría a las consecuencias, mas la continua sed me mordía las costillas, me quemaba la mente, me humeaba el deseo de encontrar lo que ese cofre de nácar opaca me guardaba, como la perla albergada en la ostra.

Recorrí cada habitación extasiado con la grandeza del lugar, mover las cosas de su lugar era un pecado imperdonable, tocarlas con mis manos desnudas era querer tocar mi sentencia. Cuando al fin llegue al cuarto de Elena, no me costó darme cuenta que era el suyo con sólo un par de miradas. Su cama era inmensa, vestida de seda negra con las almohadas perfectamente acomodadas, al final de la inmensa cama había una toalla roja, aún húmeda y perfumada con el estigma de Elena, me abracé en ella con el libido mórbido provocado por sus caderas redondeadas.

No podía sacar de mi cabeza su imagen, su cuerpo de cintura hecha a mano, sus labios inciertos y su mirada distraída. Cuando la puerta sonó me asusté como nunca, y me escondí debajo de la cama. Se escuchaban sonrisas y la música del licor chocando en copas, ella gritaba con alegría y sentía el eco de sus pasos acercándose con otros pasos que no le seguían el ritmo. Yo estaba tan espantado, que el corazón se podía escuchar sin mucho esfuerzo.

En el instante que la vi entrar en la habitación estaba completamente borracha y desnuda con el deseo excitado en sus ojos, y tras ella un tipo con solo la corbata puesta se me fue el mundo encima, y me segó el trecho de la furia cuando la cama se removía por la embestidas. El momento se hizo eterno, como un castigo por haber irrumpido en el lecho ajeno.

De pronto todo se hizo sigiloso, con la señal de los ronquidos del granuja que me quebró la ilusión, salí de mi escondite y me fui hasta la cocina reteniendo el furor que me consumía, pero la violencia y el arrebato me brincaban en el estómago, como el revoloteo fogoso de aves cazando. Miré el reloj y era media noche, el vecindario estaba completamente abrumado por la noche y cerca del reloj había un martillo que me provocaba con su brillo metálico… lo tomé y me terminé el licor sopeteado por labios ajenos a los míos. La garganta prendía en ardor, las manos llenas de ira y con mis labios secos de venganza me fui hasta la habitación. Ellos, durmiendo profundamente casi hechos un nudo. Tomé el martillo con mi mano derecha y senté el primer martillazo en el cráneo del maldito, apenas y se movió y seguí dándole con el martillo hasta que el aliento se me escaba. Me fui a un rincón con salpicado de sangre, y me vino en mente que el arrepentimiento, comenzaba a elevarse y salté de un brinco y me esmeré con Elena mientras el verter de la sangre marcaba la riegos en las paredes. Corrí como loco y rocié alcohol con perfumes encima de los cuerpos muertos, encendí un papel con un encendedor y lo tire admirado de ver como el fuego se comía a la carne. Seguí mi camino y corrí a salir hasta la ventana por donde había entrado. Las luces de las llamas comenzaban a imperar en la casa, mientras yo alcancé a correr lo que pude mientras las nauseas y el temblor me dominaban el estómago y las piernas borrando la razón y colocando en su lugar lo obtuso, en ese momento tropecé con la raíz asomada de un árbol y todo se hizo oscuro.

Cuando desperté y entré en razón, mi di cuenta de que estaba en un hospital, y con un dolor de cabeza terrible, me incorporé como pude y decidí escapar, cuando abrí la puerta del cuarto clínico estaban dos policías custodiándome. En ese momento me di cuenta de que mi mayor error no fue haber matado a los desgraciados, sino, haber entrado a la casa. No me quedó otra que contar mi historia, en los acontecimientos que hoy me condenan a vivir en olvido de una cárcel, con este constante cáncer que es la condena que me come y dibuja en las futuras arrugas escuetos momentos. Desde un claustro vivo detrás del olvido, jugando a vivir en los bordes del abismo, mientras que otros descansan en paz, yo me quedo a pagar la respuesta de los daños causados, a calarme los días y callarme gritos en las noches. Soy una víctima de todo esto, un pájaro enjaulado, un animal que obedece sus instintos, natura de la naturaleza… Detrás del olvido sigo recordando lo que otros olvidan, detrás del olvido soy el agua que se pudre estancada.

Autor: Carlos Arturo

miércoles, 4 de agosto de 2010

Providencia, bordeadora del olvido.

Desde 1983 que nos trasladaron al nuevo centro médico, mi vida entristeció; verme alejado de aquella isla me mató el sentimiento de pertenencia. Sentía que mis raíces no cimentarían en ningún lado, sentía que la inutilidad visitaría mi cuerpo con el recorrer del sol y el pasar de la luna. Mi providencia quedó condenada al olvido desde el instante que nos tocó a todos cruzar el agua lacustre e internarnos en la ciudad.


Recuerdo que cuando llegué a la isla apenas era un niño, abandonado por mi madre y alimentado por la tristeza y el resentimiento de verla partir en aquel bongo que la desplazó al difuminamiento del olvido. Su cara húmeda aún la recuerdo con fuerza, grité tanto en el muelle… tanto, tanto que caí de rodillas sobre la madera húmeda, en cambio ella jamás volteó. Su pelo inquieto por el viento, el inmenso sobrero negro que llevaba, el vestido hermosamente bordado, su indiferencia tatuada por el rechazo es lo que aún me quema las venas, desde entonces, cada tarde me senté a orillas del lago alimentando la falsa esperanza de su regreso, mientras el ocaso me consolaba y me enseñaba a vivir sin esperar el abrazo de ella, la que me adoró tanto y de eso no quedó nada.


Tuve que volver a adaptarme a un mundo, a una nación de gente a la cual me habían enseñado a tenerles miedo, a rechazarlos, a no mirarlos por las ulceraciones que padecían. En ese instante fui yo quién recogió y atajó las miradas de un montón de esos seres, conforme fui creciendo me resigné a volver a ser un humano, renuncié a la espera de una mirada amable de los sanos, el mal de Hansen había condenado a la isla a ser la isla del terror, de los relegados, a ser una dimensión donde todos estábamos por igual, salvo a las enfermeras, el cura, los cocineros y otros individuos que estaban sanos y ejercían tareas de sanidad, barbería y cocina. Hasta que un nuevo llegado se daba cuenta la verdad, pero no podía volver a la polis marabina, debía consolarse con nuestra existencia y reconstruir su vida a base de adaptación. Éramos la mayoría, trabajamos hasta donde nos lo permitiera la lepra, algunos perdían la sensibilidad, a otros el dolor nos provocaban angustia. Los mutilados y los más afectados eran los que más sufrían condenados a la rutina del no hacer nada, a vivir sollozos por aspecto terrible que alcanzaban. Sin embargo, los de afuera no sabían las alegrías que habían allá adentro; siempre tuvimos reglas que respetar, como la de que en ninguna circunstancia salir de la isla, pero esa tranquilidad y la convivencia cotidiana sin las malas miras es algo que sigue llenándome de nostalgia, todavía me pregunto si los que aún siguen vivos recuerdan con tanto amor a Providencia….


Cuando llegamos al Hospital del Palito Blanco el olor a asepsia quemaba las vías respiratorias, aquello para mí no fue agua bendita, fue tan maldita como quienes decidieron sacarnos de nuestro propio hábitat, a destajarnos los recuerdos y desmembrarnos los órganos que estaban adheridos a la isla y a nosotros. Yo pude entender la alegría de unos, pero ¿quién pudo entender la desgracia que ocasionaba el hecho de que me sacaran de ahí? Hoy he dejado atrás la maldita y dolorosa enfermedad del mal de hansen, volvería a ella si eso significara el retorno a mi amada Providencia.


Nunca nos faltó nada, iglesias, cines, plazas, casas, consultorios y nuestra propia moneda. Hoy Providencia es solo ruinas, la perla del Lago de Maracaibo es un apocalíptico encuentro con el recuerdo, es una ofensiva blasfemia de lo que fue en mis tiempos de juventud, la conocida “isla de los leprosos” bordea el abismo del olvido, mientras sus muertos aún esperan flores, su iglesia deteriorada espera oraciones y las calles invadidas por la vegetación pide a gritos que las huellas la estigmaticen de nuevo. El ruido de las voces, fue cambiado por la melodía de las olas al ritmo del viento y del cantar de los pájaros. Mis raíces en la isla son más fuertes que el recuerdo de mi madre, pero los fantasmas en ella son quienes moran allí.



Actualmente:


Autor: Carlos Arturo

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Gracias Verónica por tomarme en cuenta :-) Feliz semana de la amistad a todos