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Deme
un momento.
Debo
cuidar lo que digo,
Cómo
lo digo.
No
sea que le ofenda
porque
ahora me toca pensar más,
ser
más respetuoso y mesurado.
Porque
se supone que ahora sé cómo podría sentirse.
Ha
pasado:
¿Ha
caído en cuenta?
el sonido de la hiena ya no es una carcajada,
que
el tiburón neonato se ha comido a sus hermanos,
y que se desmorona aquel idílico Edén.
Nos
ha tocado renunciar,
Renunciar
no solo a la facilidad de las cosas,
también a correr por la impaciencia.
Renuncias
y te sientes tonto mientras recuerdas.
Las
dudas se han recombinado
sin
saber si sostienes o desbarajustas más el mundo.
El
miedo se ha reinventado,
no
está en el armario o debajo de la cama,
el
miedo ahora es el mundo.
Lo
has comprendido:
El cielo no es más cercano porque estiras los brazos.
No
puedes alcanzar el horizonte,
te
ves corriendo en dirección al sol,
con
las piernas cortas y el corazón agitado.
El
entorno es etéreo, como una vieja Polaroid.
Lo
han llamado recuerdo o añoranza.
Lo siento,
el cuerpo pesa y el
dolor de espalda avisa,
los años pueden caer
como un aguacero,
los daños germinan sus
semillas
mientras la muerte se
nutre de los retoños.
Ahora,
maquillarse
y desmaquillarse puede resultar tedioso.
La
casa es un manojo de pendientes.
El
juego de la vida ha reventado en seriedad.
La
barba ha crecido,
el
pubis es vergonzoso,
(Y
al menos yo me rasuro,
por esa terquedad inutil de estirar mi aspecto pueril)
Como
también llorar puede serlo.
¿Lo
sabe?
Ya
no hay dientes de repuesto,
el
cansancio es más frecuente,
el
rostro se descrema
el
berrinche no funciona.
Lo
sabe, como yo.
Irremediablemente
hemos crecido.
Carlos Arturo