I
Bajo
un toldo un perro aguarda
que
baje el caudal que barre la arena de las calles;
parece
entender nuestra urgencia
está
pensativo, mirando todo con compasión.
Ha
estado lloviendo,
pienso
al perro entristecido por el aguacero
enlutado
por la orfandad
con
su pelaje negro como un smoking mojado;
el
callejero es paciente,
ve
caer el agua en un país menesteroso.
II
Mi
sobrino cumplió años hace dos días,
antes
de pensar en el perro negro
pensaba
en la policromía de una sima
en
que todo color se funde y pierde en el negro.
Del
negro venimos y al negro vamos.
Pensaba
en el calor del primero de junio
Viendo
transpirar a mi sobrino
con
la mangas de su camisa sucias
de
tanto secarse el rostro.
Pensaba
en los pies cansados de su madre,
por
tanto buscarle agua.
En
su angustia por las reservas bajando.
Pensaba
en el hastío de su padre,
en
su piel oscura, reseca y tostada
-como
el café que tuesta y muele a eso de las 11:00 a.m.-
en
la insolación y los ardores,
en
la inclemencia de estas tierras abrasantes.
Pensaba
con la garganta seca, y apenado
por
tener que pedir un vaso de agua
en
los pies descalzos sobre las superficies calientes
desesperados
en su andar por calles y aceras
que
han timado a los ojos con charcos de agua
que
se evaporan en segundos al acercase.
Pensaba
en mamá con la mano adolorida
por
tanto agitar el abanico,
en
sus finas blusas empapadas de sudor.
Pensaba
en quien no llora
para
no aumentar la fuga de líquido,
en
quienes alcanzaron llegar a los ríos.
Pensaba
en un pueblo sin agua
en
la desmoralización que nos otorga la sed
en
los cuerpos descompuestos y humillados
en
la agitación y en la ira desmedida
en
lo violentos que nos vuelve la carencia.
Pensaba
en quien maldice esta ruina antropomorfa
con
los labios agrietados y escamosos
antes
que los once años de Ángel, mi sobrino.
III
¿Cómo
hemos resistido este clima infernal,
esta
garganta del dragón?
¿Cómo
se sostiene tanto apego a estas tierras
deforestadas
por la urbanidad y corroídas por el sol?
¿Quién?
sino quien espera que se le seque rápido
la
ropa recién lavada
Reflexiono
furioso y desganado
babieco
por el calor,
resignado
como un árbol en el mediodía,
como
un cactus, inmóvil y sin agua
tragando
mi saliva,
con
los pigmentos estimulados
la
sequía circundante
a
punto del incendio.
Me
despiertan las voces
resuenan
por encima del agua golpeando el piso
la
luz se ha tornado más fría
¡Al
fin ha llovido!
Vienen
charcos verdaderos y no espejismos
La
lluvia es el refugio
hoy,
mediana salvación.
IV
Es
como si fuera un milagro, llueve.
Mientras
personas salen con las bocas abiertas
como
pozos secos,
otras
criaturas buscan refugio,
algunas
son arrastradas.
Pienso
en la química del agua al integrarse con la tierra
en
la sipa, el barro y los olores que desprende.
La
gente se baña en las calles,
los
chorros que vienen de los techos caen sobre los cuerpos
caen
sobre los recipientes de nuestras cotidianidades
caen
sobre nuestra cólera diluyéndola.
¿Quién
se ha apiadado de nosotros
en
este fogoso litoral desprovisto de estaciones?
¿Existe
algo así como quién se pudiera apiadar de nosotros?
¿Cuál
es el milagro: la lluvia o nosotros que resistimos
como
piedras en el país de las necesidades?
V
Bajo
las goteras que se cuelan por el techo he puesto bañeras,
Llueve
duro, no hay donde refugiarse del estruendo;
las
gárgolas brotan chorros anchos de agua,
la
que nos ha salvado,
al
menos de los cuerpos salados por tanto sudar.
El
horizonte es gris, irónicamente, hoy es un color alegre.
Todos
piensan que han sido salvos;
importa
el agua, así no sea potable.
A
todos, el ruido nos ha dejado sordos,
no
importa cuanto pueda gritar el sentido común,
hay
una embriaguez fluvial que no deja pensar
hemos
sido mojados
la
sed persistirá.
Llueve
desde
una ventana he podido ver la alegría colectiva,
se
vislumbra todo como un milagro,
¿Cuál
será el costo de esto para mañana?
¿Importa
mucho eso ahora?
cuando
hoy se puede lavar la hediondez de nuestros desechos
cuando
al fin no tenemos que calcular el agua para un baño.
A
un gentilicio desesperado no le ocupan los efectos
cuando
ahora la natura atiende un problema de gestión política
la
barbaridad nos atenaza por el cuello
pero
el aguacero nos hace creer que no estamos siendo ahorcados,
mientras
tanto un perro bajo un toldo, paciente, espera
que
escampe para cruzar la calle
y
yo espero llenar todo lo que se pueda
con
el agua de la lluvia.
Carlos Arturo