sábado, 28 de noviembre de 2020

 


El dulzor de Hestia 

atrajo las hormigas.

La casa cansada 

el hogar roído 

los dientes de los días

La insaciabilidad carcomiendo los cimientos. 


La casa resiste,

rozada de miserias

¿es acaso Hestia un atlante

sosteniendo la promesa del desplome?

¿Qué soporta este refugio,

más allá de la historia y el cemento?


Las hormigas han rastreado el dulzor de Hestia,

se llevan el coral de las paredes 

mientras un gato duerme sobre un mueble roto.

El tiempo se detuvo en el pecho de Cristo

la última cena siempre en el comedor

son las siete con veintitantos segundos,

siempre.

Ya no es el tiempo

son los daños.

No son los daños

es la desgracia.


Hestia se resigna

al harapo de su efigie,

al desgaste de los colores.

Calla la calamidad entre los muros

calla cada grieta nueva de la pared

cuando alguien ocupa los espacios

de promesas,

la incerteza del mañana.


Hestia prende fuego a la esperanza

para que el hogar no se desdibuje,

está la mesa y la comida,

la cama y el habitante,

el piso y la escoba,

la ventana, la cortina y los ojos

la voz y los nombres

la vida y el amor,

mientras ocurre el hogar 

Hestia esconde sapos apenada

por no poder evitar filtraciones de la lluvia. 


Carlos Arturo

sábado, 7 de noviembre de 2020

Receptividad

¿Importa quién quiere más?

Si entre las febriles pasiones surge mi imagen
si te pienso por encima de los cuerpos y los rostros más bellos.
si estando la jaula abierta regresas a comer de mí
y resuenas en mí como la música de las bahías.
Si te ha complicado la existencia un compromiso inestable,
te hostiga para permanecer,
y mantener el control te acelera los latidos;
si en mi pecho flamea el candor
al punto de ser hogar sin ser casa
y te escribo un poema que callaré por años.


¿Importa quién paga más cuotas de cariño?

Si eres confeso de yo ser de ti
si sonrío de complicidad.
Si me buscas por sobre los peligros callejeros
si te espero con el silbido en el septentrión del estómago,
si en tu círculo de sal me miras
y lo desdibujas para colarme.
Si me sumerjo en tus profundidades,
hasta el delirio
sin discernir si me habitas o te habito,
contando omnisciente y etemo qué es llevate adentro.
Si te miro por sobre lo correcto
si disfrutas de mi paganismo
y desmoralizado te abro la puerta.

Carlos Arturo

jueves, 27 de agosto de 2020

Carta de despedida

He muerto buscando el trasfondo de vivir, 
por inercia, por libertades, porque ha tocado, 
diversas formas en las que me atenté. 
Un instante último rechina, 
el cuerpo alterado en adrenalina envuelto, 
la agonía es colapso y el dolor que enceguece, 
de pronto todo termina, es inexorable. 

Estas muertes, sí, en plural 
apenas son bisutería para La Parca. 
Me he visto entre epifanías, 
apilado en la misma fosa común, 
muy dentro
                    profundo
                                 lúgubre. 
Enterrando cadáveres y cada uno, yo. 
Nunca me despedí, no fue prioridad, 
hasta ahora avistando los mañanas. 

Morí cuando tuve el respeto ajeno, 
cuando profetizaron mi destino, morí. 
Cuando creyeron saber qué hacer conmigo.
Les quedó sólo la idea y la palidez,
algún rezo de lo inútil
una pizca de vacío. 
Perecieron los jardines babilonios, 
el espejismo. 
Un patio común de modesto arbóreo les fui. 
La verdad hirviente les salpicó, ahí me cocía. 
Morí porque este cuerpo era el resto, 
cofradía de afirmaciones terceras. 

Mamá supo de mi suicidio
al borde del llanto reventó en la dureza
telares negros de un velero anunciando un supuesto, 
darlo por hecho y lanzarse a las piedras, 
Ahogarse en aguas saladas como Egeo. 
Trata de entender aún que hiciera añicos a ese hijo. 
No imagina que morir es verse desde afuera. 
Ese ultimado, quien fui, el falaz, es ánima, 
Se expone a ratos en imaginarios nostálgicos. 

He muerto de hambre y vanidad, 
Con los ojos abiertos acechando espejos, 
distorsionado en los reflejos; aquel extraño.
Envenenado con mi saliva, 
fue un largo trecho aplaudido. 
Sentí la rigidez en las articulaciones, 
la aprobación del entorno fue la urna, 
el halago perfume para mi hedor. 
Se volvió velorio la concurrencia, 
morí lejano, naufrago, embriagado, 
repleto de moscas buscando huevar. 

En la niñez y la adolescencia morí. 
Sólo quedé en las fotos, dolió. 
Fui arrastrado por el tiempo, 
obligado. 
Fallecí también en los que murieron, 
esos yo en una diáspora del subsuelo, 
una noción desdicha… deshecha. 

Morí de descendencia, sin extender linaje. 
Curarme de Dios, desinteresarme, morir de fe. 
Morí de amor, pero no fue definitivo. 
Morí de rencor, desangré mis venas. 
Sonreí al morir en un libro, 
diciendo adiós supe que moriría. 
La promesa es seguir muriendo, 
Empuñen paradojas. 

Agonizar cada vez es menos duro, 
al decidir que un juego cerrado se debe jugar. 

Esta es mi epístola de un adiós, 
para los que ahora saben que nací y renací 
un espacio evacuado de letras, un interlineado;
en la nota de píe es preciso señalar: 
“Todas las muertes han debido ser, 
desde esa mínima antes del orgasmo, 
en la que el corazón se para por milésimas, 
hasta la irremediable 
en la que la sangre se detiene.” 
un ensayo perenne, un descuento a cuota. 
Y moriré hasta la última vez, 
cuando Caronte me pida su moneda y la tenga. 

Lo sé, en un futuro soy un cadáver. 
En lo evidente suscribe la anacronía, 
He vuelto de algún cementerio, es formal. 
Mi epitafio dice: “.”. 
Tengo la certeza y la paz, 
Mi cuerpo lo soporta y sabe desde siempre 
Nació para morir.

Carlos Arturo

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Gracias Verónica por tomarme en cuenta :-) Feliz semana de la amistad a todos