lunes, 23 de enero de 2012

Lilith


    "Lilit (1892) de John Collier"

    Lilith yacía bajo la sombra de un inmenso árbol en algún lugar de la media luna fértil, aferrada a su descarada desnudez de piel pura y perfumada de perfección incorrupta. Pensaba, mientras Adán pisoteaba las leyes de física hoy implementadas. Tocaba sus labios con los dedos en señal disimulada de la revolución que reordenaba sus ideas y la forma en que se resquebrajaba su realidad.

    En el paraíso la paz juraba eternidades con la inmortalidad de toda la diversidad de especies que coexistían en su interior. Sus ojos veían la maravilla de la creación;  todas las fronteras del espacio olían a rosas con colosales árboles espinosos, muros ponzoñosos  y verdes con adornos rojos oxigenaban  todos los pulmones en la tierra de la vida añorada por el diseñador y fraguador de nombre impronunciable. 

     Lilith abrumada por la curiosidad de saber qué había más allá de los muros ponzoñosos se aventuró ante su afán y en arremetida irreverencia, como pudo alcanzó con su brazo el otro lado de las murallas verdosas,  atravesando el extremo oscuro y silencioso de las afueras del Edén. Sintió entre sus dedos una sensación inexplicable; un agudo recorrido en sus extremidades superiores que iba tostando y deshidratando la piel indolora de sus manos; ella sintió que algo en el lado izquierdo de su pecho se aceleró, en su vientre crecía una descarga que rápidamente alcanzaba su garganta, quería gritar. Rápidamente los haló hacia su cuerpo arañándose con las espinas, reaccionando con la boca inquieta y los ojos tan abiertos como fue posible.

  Un vapor se colaba por la exactitud de la gloria y ella sudaba extasiada sintiendo palpitaciones entre sus piernas, agitada y gimiendo retorciéndose en la grama se imprimían en sus brazos perfectos, moretones que ascendían hasta el cuello. Una combinación de dolor, placer y sanación experimentaba entre  todo aquello que su creador no le había dicho; un sabor entre salado y ferroso había invadido su boca, rasguñaba su vientre al son de una opresión cada vez mayor, mirando fijamente al sol sin darse cuenta de que su cabellera en ritmo progresivo se teñía de añil.

    Acostada aún se estremecía entrecruzando las piernas en una incontrolable alucinación que no la dejaba razonar ni quedarse quieta. Las contracciones en su tronco y extremidades inferiores le provocaban una taquicardia indescriptible. Se mordía los labios para no gemir y alertar a Adán de su estado aún sin nombre.  Por un momento la descarga climática se detuvo dejándola temblorosa y débil, satisfecha de un algo en un donde que la hacía mirar a todos lados avergonzada del espectáculo de placer que acababa de propiciar. Entonces algo se movió en lo más bajo de su vientre, sentía como una punción rompía sus entrañas mas no se quejaba; su pelvis se ensanchaba sosteniéndola inútilmente a juro con sus manos, de su genital sin anterior función salía un criatura jamás vista, alargada, sin hombros y asomando una lengua viperina, empujándose con unas patas que roían, con escamas por la piel ásperas como piedras.

   Sentía cosas que en su eternidad nunca distinguió, eso la asustó, todo le era extraño, un golpeteo en su pecho la desvariaba. La vergüenza la manifestaba huyéndole a Adán, el placer la quemaba, la llenaba y la vaciaba de sopetón. Estocadas a las que volvía una y otra vez originándole nuevos sentires que tenían una sustancia diferente. Su sonrisa se tornaba picarona en sus labios carmín. Con sus caderas más anchas se paseaba por la inmensidad del Edén, tocando todo lo que podía con sus dedos y descubriéndose redefinida en el reflejo de un riachuelo.

   Repudiaba a Adán;  él no comprendía porque ella tomaba sus manos para que  la tocara de pies a cabeza, le desconcertaba que pegara su boca y apretara como queriendo arrancar un bocado cual fruta favorita. La buscaba por las tardes encontrándola en la noche rendida en la grama con la mirada perdida, agitada, callada, inmensa, temblorosa, turbia, saboreando la saliva que tragaba para gritarle que se marchara a otro lado.

   Lilith decidió su exilio, cuando el Hacedor la confrontó. Su cuerpo delicadamente esculpido pedía la liberación de lo muros del paraíso, añoraba el otro lado, las voces se lo decían continuamente.  Cansada de lo eterno, de lo blanco de Adán, atravesó los rosales arañándose y sangrando, a los abismos desconocidos de un “nuevo” mundo, olores jamás olfateados, perfecciones perdidas y tanta sangre como ella deseaba. La última vez que se le vio aún con el diseño original del Edén lavaba sus heridas en el hoy conocido mar Rojo. 

Autor: Carlos Arturo

6 comentarios:

Vasalisa la Sabia dijo...

Una extraordinaria fuerza desconocida se desliza entre los latidos de Lillith y la valentía de su elección. ¿Fue Lillith la primera mujer que se atrevió a sentir y a festejar su cuerpo? Pagó muy caro su deseo: el sabor a fruta salvaje en toda su piel a costa del destierro. Sutil muestra de que lo que está prohibido una vez probado merece castigo, así parece funcionar el mítico relato. Yo me pregunto si reprimir el deseo y las ganas de sentir placer nos hace peores seres humanos. Esa parecería ser la enseñanza de la condena perpetua para Lillith.

Lillith asumió su condición de mujer no por pasional menos noble y aceptó el ostracismo impuesto por el Hacedor, aunque no creo que él pudiera dejar de admirar en el fondo la fibra ardiente de la que está hecha toda mujer.

Un beso.

.:: k a n a r ! o ::. dijo...

Querido amigo, ha pasado ya un tiempo desde que entre por ultima vez a tu blog, y he de decirte que a pesar de que las manecillas corren, no has perdido ese don que tienes al plasmar en letras tus pensamientos. Me agrada el hecho de ver que nunca has parado, que siempre ha sido una linea fluida de versos, de escritos, de palabras, en fin. Nunca abandones ese espiritu artistico que tanto te caracteriza amigo mio. Porque nos podran robar dinero, una casa, o inclusive la vida, pero esto jamas te lo podran quitar. Te mando un saludo!

Alma Mateos Taborda dijo...

Buenísima. Un historia contada magistralmente. Aplausos, amigo. Un abrazo.

Mariluz GH dijo...

Grandísimo relato, Carlos... todas somos Lilith y muchas sufren en sus carnes la impotencia del Adan de historia

dos abrazos y un beso :)

Gaia dijo...

Me ha encantado este relato. Al igual que me encanta toda historia relacionada con Lilith.

Hace ya algun tiempo también escribí algo de ella en mi blog. Te invito a leerlo: http://incognitagi.blogspot.com/2009/03/lilith-la-cara-oculta-de-la-mujer.html

Y como siempre, un fuerte abrazo querido amigo.

Vasalisa la Sabia dijo...

Caco te dejo este poema de Dylan Thomas que me ha hecho recordar tu relato:


El demonio encarnado

El demonio encarnado en una serpiente parlante,
con los planos centrales del Asia en su jardín,
despertó y azuzó al mundo que nacía,
dividió la barbada manzana en formas del pecado,
y Dios andaba allí, violinista de guardia
y al tocar su instrumento derramaba el perdón desde el cerro del cielo.

Cuando los mares explorados eran desconocidos
--una luna hecha a mano, a medias santa en una nube—
cuentan los sabios que las deidades del jardín
enroscaron el mal y el bien sobre un árbol de oriente;
y cuando la luna se alzó llena de viento fue
negra como la bestia y más pálida que la cruz.

En nuestro Edén supimos del secreto guardián
en las aguas sagradas que ninguna escarcha podía endurecer,
y en las pujantes mañanas de la tierra;
el infierno en un cuerno de azufre y el mito tronchado,
todo el cielo en un eclipse del sol,
una serpiente tocaba su violín cuando el mundo nacía.

Besos...

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Gracias Verónica por tomarme en cuenta :-) Feliz semana de la amistad a todos