Silencio…
Rehuido de lo absoluto.
Impredecible sigilo que emula el ojo de
huracán
a tiempos eco de la soledad,
en destiempo especulación nocional.
Entre paréntesis se despliega como un
exilio
dilatando y redondeando las esquinas,
configurando un epicentro de
contradicciones
en el que las musas y la inexistencia
juegan ajedrez,
y a veces amanece…
Silencio.
Alarma de la introspección,
me adentro en tus entrañas de laberinto
minotaurino,
ablandando los secretos rígidos en tu
homenaje
erigiendo escalones desde la divagación,
con Erebo extendido en toda lateralidad
volviéndome alguna vez luciérnaga,
o farola, que alumbra la brecha del campo
de batalla;
con armas nimias que bostezan antes de
disparar
Silencio,
manicomio de este psiquiátrico,
embriaguez de este adicto;
Hoyo negro existencial,
amansa las fieras y a los monstruos,
al ritmo de su contundencia
y al cansancio del ver ahogados sus gritos
para devorarlas procesualmente,
mas las regurgita por ocasional
indigestión.
Silencio,
Fachada del olvido que se olvida,
Cofre de un yo intacto,
Que guarda gigantes y enanos aferrados al
polvo,
Permaneciendo intactos hasta su abertura.
Tertulianos
intangibles que coinciden con la realidad
formando con los restos eso llamado verdad
desnudando la vulnerabilidad del ser en lo
posible,
cuando las gallinas dormitan.
Silencio,
mordedor implacable inoportuno.
Lamedor
dócil pertinente.
Desdoblado en espectro,
funge como eje gravitacional de miedos y tranquilidad,
útero del críptico feto de lo
incomprensible
Cordón umbilical del nacimiento divino
entregado al bipartidismo del caos y la
paz,
entre afluencias de suposiciones, memorias y juicios.
Silencios,
motel del tránsito existencial.
Cóctel ambiguo para una esquizofrénica concepción
del tiempo.
Absurda e imperante, búsqueda o encuentro.
Bandido y héroe,
o simple paso de la nada y del algo
copulando,
vigoroso psicotrópico… incoloro, sin sabor
e inodoro.
Extremo que trae en su galope a la locura,
mientras las Moiras afilan sus tijeras frente
al hilo de la cordura.
Carlos Arturo