domingo, 25 de abril de 2010

El vino de la escarlata.

Este breve cuento nació de uno los cuentos extraordinarios de el Señor Edgar Allan Poe, llamado "La máscara de la muerte escarlata"(mi favorito). Publicado en 1842, marcándose éste desde entonces como uno de los clásicos de la literatura, entre la basta antología que dejó dicho autor. Sólo he hecho una adaptación, tratando de seguir el hilo del cuento como tal, lo hago con el mayor respeto y admiración posible, para todos los que admiramos la obra de ese gran escritor y su legado.

Se los dejo a continuación:


En aquellas habitaciones el mutismo se enfrentaba con el tiempo, la fiesta, la orgía, el exceso yacía en los cuerpos infectados e inertes en el piso de la gran abadía del gobernante próspero. La muerte escarlata había desposeído los cuerpos luego de haberlos tomado en masas. Todo estaba matizado con el bermellón de la transpiración humana, un arte que solamente ella comprendía con gran sentido pragmático y vengativo, de su imperio interfecto no escapaba quién se aislaba, o quién corriese a más velocidad. Su perfume lograba colarse entre los ventanales, los pocos ignorados por la escarlata podían sentir el fatigante aire que rodeaba aquel inmenso lugar, y el recelo hizo una gran muralla para los que al sentir el hedor se alejasen casi llorando, mientras ella caminaba desnuda y sedienta entre cuerpos muertos y fríos en el interior de la inmensa barbaridad edificada.


Ya el miedo se había esfumado en los interiores, pero las caras continuaban expresando el terror de su visita, la muerte escarlata. La descomposición era la acompañante, porque la soledad no soportó tanta masacre; ella había hecho su función natural, aunque todas las personas que habían escuchado de su existencia la imaginarían horriblemente desfigurada, despiadada y maldita, de esas inclementes que no daban tiempos a catarsis, que sólo la podían merecer los malvados, las almas impías, los apuntados. La muerte escarlata daba antónimos a las mentes estrechas con un simple toque para que el líquido vital comenzase a transpirar como el sudor, abriendo las venas a los siguientes síntomas.


Desde entonces aquellas tierras prósperas comenzaron a despoblarse, la mortalidad andaba como el humo de las llamas fusionado con el viento. Los caídos eran quemados para tratar de hacer caer la epidemia, todo parecía inútil. Todo olía a ella, todo se había vuelto ella.


En la abadía, los pasillos de colores estaban colmados por los cuerpos perennes y secos, la desesperación que provocaba el reloj de bronce ya no hacía posible cortar el silencio. Desde aquel baile de sueños y excesos la pesadilla revuelta con la realidad había tocado las telas de terciopelo negro, desgarbando las groserías repugnantes de las quimeras sueltas y amarradas por el tiempo y su música. La muerte escarlata revolucionó todo, cada detalle, cada momento, marcando el renacimiento con su máscara y negras telas, con poseídos y muertes. La simbiosis entre los paralelos y el jugo carmín derramado. Ella inmortal e irresistible había tenido orgasmos matando a sus víctimas, la viuda negra, la araña infértil, vampira y asesina, epidémica y triunfadora la muerte escarlata gobernó en aquel lugar hasta cuando la naturaleza ocultó su vigencia.


Autor: Carlos Arturo

martes, 13 de abril de 2010

Limpia las migajas sobre la mesa

Difícil es vivir de las migajas,

Los hermosos zapatos están rotos por el uso

Ya la noche no es rápida,

Y el día no huele a despecho,

No queda nada en esta guerra ausente,

Mueren los soldados por propia convicción,

Las caricias le quedan grandes a nuestros dedos,

El calor es sólo sudor desde que ya no estás.


No me apetecen tus ansias dualistas,

Llévate la primavera marchita y quédate con el cambio.

Las palabras se las llevó el viento,

Lo poco que quedaba muere por el corroer del tiempo,

Ya no juegues con tu inocencia inexistente,

Ya no quieras derramar agua bendita en mi camino.

Bájate de mi mundo que tus huellas se borran.


No prometas lo que no tienes,

No anuncies las luces entre las sombras malditas.

Le cambié la cerradura a tus convencimientos,

Insensible soy a tu mirada de océano,

El difunto amor es carbón con el que enciendo otro sueño,

Te has vuelto otro idioma que no deduzco.

Lo siento, he zurcido el corazón con hilos ajenos.


Llévate los vientos huracanados,

Que yo mato a la fiera del resentimiento.

Limpia las migajas sobre la mesa,

Que yo lavo los platos sucios.


Autor: Carlos Arturo

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Gracias Verónica por tomarme en cuenta :-) Feliz semana de la amistad a todos