El cielo aún llora las catástrofes del ayer, mientras que la humanidad continúa con la cotidianidad del olvido.
La tierra ha probado el verte de la sangre, y los ríos en sus corrientes arrastran evidencias y las rematan la distracción.
Algunos lloran por los caídos, otros ríen por el mutismo.
La violencia grita para nosotros correr con fragmentos de ella en los ojos, en los puños, en las armas.
Nuestros niños y niñas crecen en el círculo vicioso de la venganza, con la educación escaza de los verdaderos principios, pero no de aquellas falsas morales que a larga todos rompemos. Aquellos que no saben leer, son grandes fulminantes con sus artillerías pesadas.
El paraíso prometido cada vez es más distante, y la espera del anticristo ha sido tonta, ha estado fusionado entre las masas, y no en individual como esperamos, aquellos que le han adjudicado ese nombre son solo la consecuencia de la muchedumbre, los resentimientos y el odio forjado como soldado de las malas nuevas.
Pocos anhelamos que un viento de cambio del bueno rompa con las murallas altas de nuestro retraso mental.
Porque es injusto ver como las moscas danzan y deponen a sus proles en las carnes muertas de personas con derecho a la vida, es torcido acabar con animales por diversión y egoísmo.
Una canción, un texto, una palabra y una existencia nos recuerdan que la esperanza no está del todo rota.
Quizás, nos falten abrazos, tal vez, romper con fronteras, posiblemente consciencia, de seguro amor al prójimo.
La verdadera guerra es la disminución significativa a la hambruna mundial, hacer de la pobreza una renuncia, el exterminio a la discriminación, quemar hasta las cenizas el egoísmo y sacar a velocidad el poco respeto a la vida.
Quién sabe qué pase mañana, yo sigo esperando lo mejor, a costa de que el humano lleve la violencia en las entrañas, siempre hay una razón para ver la luz en la penumbra, siempre hay una razón para reír con el amor en los dientes.
Autor: Carlos Arturo